24/08/18

CAPITÁN DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS. SOLDADO Y AVENTURERO. 3ª PARTE

   Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés escrita por el mismo Capitán
                                              
Tercera Parte: la Jornada de Goa

   A los quince días de desembarcar me envió el Virrey a visitar todas las fortalezas que hay en la India a la parte del norte de Astapio, que son Dío, Chaul, Vazain y Damón, sin los fuertes que hay de menor consideración. Para hacer la visita me embarqué en una armada que iba a correr aquella costa. Visité todos todas las fortalezas según la orden que llevaba y volví por tierra hasta Chaul y desde allí me embarqué para Goa de vuelta. Desde Dío hasta , Goa habrá ciento veinte leguas.

   Es Dío muy nombrado en las historias portuguesas por los grandes sitios que han puesto y asaltos que han dado en ella y la notable defensa que han hecho los portugueses, y también por su conquista. Es isla y está en el Reino de Cambaya, sujeto al Mongol, y aunque he visto muchas fortalezas inexpugnables, lo es esta muchísimo, así por arte como por naturaleza, porque está fundada en unas peñas a las cuales bate la mar y es su figura la que llaman los geómetras porción de círculo mayor o segmento mayor, cuya base de esta circunferencia es una pequeña línea recta.

   El terreno que cerca este mar tiene sus murallas y la línea recta que corta este pedazo de circunferencia que mira a la villa tiene tres baluartes fundados sobre peñas grandes, espaciosos por dentro, en forma de cubos, sin ángulo alguno, con foso y entrada encubierta y al final de la villa hay otros tres baluartes que están en el altura inferior a los de dentro, que los cogen de alto abajo. A los de afuera, que también tienen su foso y entrada cubierta, que perdiendo los primeros se retiran a los segundos, teniendo a los de abajo no solo a tiro de arcabuz si no a tiro de flecha. La materia de que están labrados es de piedra  y el terreno lo es también y por eso incapaz de minas ni de abrir trincheras sin descubrirse.

   De allí vine a Damón y a Vazain y a Chaul, que todas tres ciudades la mayor defensa y fortificación que tienen es sus murallas con su baluarte, los más defectuosos por tener las defensas condenadas y por la materia de que están formadas, de mala condición.

   Vazain es muy fuerte por naturaleza, porque todo el sitio alrededor de las murallas lo inunda la marea, dejando en seco un estrecho que tiene veinte pasos; Chaul tiene un morro, y en el una fortificación que guarda la barra; Damón otro castillo que también la guarda. Todo lo demás no es de mucha consideración. En esta parte, entre Vazain y Chaul, hay una isla que se llama Carauja, que también tocó el visitarla. En ella hay un monte a la orilla de la mar, a lo largo, que parece que la naturaleza le puso allí para que la detuviese. Tendrá una legua de subida y en lo alto hace un llano, en el cual está una ermita muy bien edificada, con su viviendo y huerto para el ermitaño y casas accesorias para que posen los que van a visitar aquella santa imagen, que se llama la Virgen de Carauja. Subí a verla y fue tanto lo que edificó la devoción de la imagen, la conversación del ermitaño, la soledad del lugar, la vista del que era más de veinte leguas a la mar, que quise quedarme allí.

   Desnudándome de lo que traía y vistiendo un saco, después de hecha oración, hablé al ermitaño en un huerto que tenía curioso con muchas aves de vuelo que se venían a la mano. Díjele cuan bien me había parecido aquella santa imagen y en la parte en que estaba y que si pudiera me quedara por su criado. Respondiome: “hijo, esos son impulsos que trae consigo la facilidad de la vista. No los repruebo porque no proponen enmienda y es castigo de Dios no conocer nuestros males. Veintisiete años ha que me retiré a este sitio y aun entiendo que no los conozco, y aunque he pasado algunas aflicciones no me ha pesado. Diversos casos y trabajos de que Dios me libró me obligaron a procurar esta vida, que si la podéis observar, no será errada elección, y para vos es ahora el tiempo más sazonado y si esperáis a viejo es ya tarde, porque el que en mal estado envejece primero muere que se enmienda.

   Alguna dificultad tiene opuesta al vivir en el siglo, porque en el procurar los hombres ser más discretos que buenos y aquí al contrario, más buenos que discretos. El no tenerlo por uso es lo que más lo dificultad, que mucho menos trabajo hay en vivir bien que mal. La soledad, la penitencia, toda es uso que no tiene tomado por costumbre, escalones más ásperos que los deleites que allá con tantos trabajos deseáis, que unos y otros por naturaleza siempre andan juntos.

   Ya que con muy poco trabajo se tiene deleite en servir a Dios, id con El y en los casos que os sucedieren acordaos de esta santa imagen y encomendaos a ella, que yo os prometo en mis oraciones acordarme de vos y que me habéis parecido de buena inclinación.”

   A estas razones se quería ir y aunque le supliqué que se estuviese un poco conmigo no quiso. Volvile a pedir que de paso me dijese alguna cosa de que en el mundo me aprovechase; volvió a mi y me respondió: “no se qué os diga, porque es tanta la variedad y en un día son tantas las mudanzas, que lo que se debe desear o tomar no se sabe. Para mejor acertar tened a Dios por objeto en todas vuestras cosas, usando en todo la verdad que no hay más firme cosa. Si queréis tener vida quieta refrenad vuestra ira, porque palabras arrojadas de presto no se pueden recoger; teniendo en vuestros negocios cuidad y solicitud, porque no tienen precio; contentaos con moderación, no siendo muy ambicioso de honra, porque como la sombra que huye de quien más la busca y muchas veces buscándola más se pierde, mirando al fin de cualquiera cosa que es la mejor parte de ella: y con esto andad con Dios, que no se otra cosa que deciros”

   Tornando a mi viaje, volví a Goa. En este inter de mi ausencia había tratado el Virrey de tomar una isla que está cuarenta leguas de Goa, a la parte del Sur, junto a Cananes, que se llama el Cambulin. Habíala perdido el enemigo y quería volverla a recuperar, teniendo  dificultad la resistencia y así como llegué me dio orden de que en una embarcación ligera me partieses. Como llegué reconocí los puertos y entradas y salidas: no tenía más de una en seco de todo punto, que hacía una ría a la mar. Fortificamos aquel puesto y escogimos otros donde poder hacer una buena fortaleza que fuese de defensa y sujetasen a los que vivían en la isla. Hubo algunos asomos de querer embestir el enemigo; no hubo cosa de importancia y yo dispuse de que se hiciese la fortaleza en el puesto que pareció más a propósito y el Virrey envió luego orden de que me volviese a Goa.

   Traía el Virrey muchos deseos y no se si hubo algún empeño con S. M. sobre la recuperación de Ormuz, plaza tan nombrada en el estrecho de Persia y que ha dado en que entender a la nación portuguesa y a los persianos y naciones septentrionales. Consultome su designio, que era necesario que luego me partiese a Arabia la Feliz, que es la contracosta de Persia, que en Mascate, plaza en aquella parte, estaba Ruifreire de Andrada, Capitán General de aquella costa, y que con el consultaría el reconocimiento de aquella plaza y como mejor se pudiese recuperar. Y en esta conformidad me dio la orden muy apretada y me encargó el cuidado de este servicio por escrito y de palabra, con notable eficacia, que hoy tengo la orden en mi poder.

   Es de entender que en la India los vientos causan las mudanzas, como en Europa el sol, porque ellos causan el invierno y el verano. No se entiende por verano la mas continua presencia del sol, ni por invierno su ausencia, más el llover es el invierno y el verano estar el cielo sin nubes, siendo así que cuando llueve el sol es más dilatada su presencia y se llega al zenit de aquella parte. 

   Más por el mes de Mayo, el veinticuatro o treinta entra el invierno, que es un viento Oeste que trae gran cantidad de nubes y agua que dura lloviendo de hasta el mes de Setiembre y en el tiempo que hay desde Mayo a Setiembre se cierran todas las barras y puertos y no se puede navegar, y este es invierno, y no obstante que el sol sube más alto y hace mayor cerco.

   Luego entra el viento Nordeste desde Setiembre hasta el mes de Mayo, no hay una nube en el cielo, pues este viento las quita todas y está claro, y las barras están abiertas y el mar se navega, este llaman verano, no obstante que el sol hace menor arco y se aparta más del.

   Pues cuando el Virrey me mandaba ir a esta jornada era por el mes de Febrero y mi viaje eran cuatrocientas cincuenta leguas que hay hasta Mascate y haciendo los servicios que iba a hacer, que era también visitar todas las plazas de Arabia la Feliz, había de estar allí en invierno y no podía volver hasta el mes de Octubre, que se podía navegar el mar con seguridad, pues para nueve meses de mi ausencia y servicio de tanta consideración y navegar más de mil leguas, me hizo merced de mandar se me diesen tres meses adelantados de lo que se me estaba debiendo de los nueve meses, con que diese una fianza en el camino, que si me moría o me mataban había de volver el sueldo de los tres meses.

   Parece esto de poca importancia en mi, mas en cumplimiento de lo que tengo dicho atrás, que por mucho que sirviese mi sueldo había de ser el premio. Así consta por dos fes, la una suya de ocho servicios particulares que por orden suya por escrito hice y otra del primero de Estado, en que certifica que por todos ocho ni por el tiempo que serví se me hizo merced ninguna, siendo así que hay reconocimiento en que mataron cuatro de diez que íbamos y otros hirieron. En esta parte parece superfluo el decir esto, vínose la pelota a las manos y es vicio callar cuando hablar conviene. Si yo fuera cuerdo no me pagara de los trabajos  que consigo traía el conseguir riquezas, hiciera mi confianza segura no estando a la cortesía de otro

   En fin, me partí para Arabia sin cosa notable que nos sucediese. Llegamos a Mascate, bese las manos al General y luego me mandó aposentar. Dile la orden que traía, trató luego de que fuese su camarada y lo fui nueve meses. Recibí del beneficios de consideración, sin el plato de su mesa, comida y cena. En el tiempo que asistí cerca de su persona me dio de dádivas más de seiscientos reales de a ocho.

   Era uno de los soldados más bien entendidos que había en la India. Tenía larga noticia y experiencia en las cosas de aquellas partes. Cuanto al gobierno, su razón era más política que cristiana, muy sagaz y astuto, no daba orden a sus Capitanes que no fuese con variedad de sentido en la significación de la orden, de suerte que al bien y al mal dejaba siempre una aldaba de que asirse. Era  esto en manera que sus Capitanes tenían las órdenes y muchas veces pedían declaración dellas. Con su modo de gobierno le estimaban su gente, sus enemigos le temían. En la ocasión tenía más de cruel que de piadoso.

   Aunque había en su ejército y navío muchos caballeros con ninguno comunicaba familiarmente, ni comía con el más que yo y su confesor. Tenía opinión de que el temor hacía más bien las cosas que el amor, pues decía que el temor traía consigo miedo y respeto y el amor facilidad y que de estos dos extremos el temor era el mejor para conseguir cosas de trabajo y dificultoso. Fundábalo en que ninguno tenía tanto amor que sobrepujase al propio y que siempre antepone su particular primero.

   Era enterísimo. Solía decir que cualquiera virtud o licor por precioso que fuese, echado en el vaso de la felicidad se corrompía y que no tenía lucimiento ninguno. Hacía particular estudio en el disimular, tanto, que lo que parecía que amaba aborrecía y lo que aborrecía amaba. Procuraba no darse por entendido de muchas cosas y a este propósito solía decir que el superior que todo lo quiere saber mucho se obliga a perdonar, queriendo que sus órdenes tuviesen tal observación que no faltase un átomo de lo que mandaba.

   Envió unos navíos a quemar unos lugares persianos y mandó que no salvasen ni perdonasen la vida a persona ni criatura ninguna. Iba entre estos Capitanes un Capitán Lacarin, que llaman lascares los soldados persianos que sirven al sueldo de nuestro Rey; de este se favoreció una mujer persiana de hermoso parecer y el la perdonó la vida y trájola consigo. Súpolo Ruifreire y convidole a comer y preguntándole si era verdad que tenía consigo aquella persiana y si la había traído consigo de la ocasión a que le había enviado. Había el presente muchos testigos delante y pareciole que había de ser convencido, dijo que si, volviole a preguntar que si sabía la orden que le había dado que se la repitiese. Así lo hizo y como se hubo convencido dejole acabar de comer  y luego le mandó llevar a la proa y un negro en ella, sin remisión ninguna le cortó la cabeza por castigo de no haber guardado su orden.

   Era muy cortés, ningún soldado le había de hablar que no le oyese en pie o le hiciese sentar. Decía que la cortesía era muy necesaria en la guerra y lo que más valía y menos costaba. Por extremo casto, porque jamás se le conoció cosa ninguna que diese asomo de nota. Era liberal en materia de dinero, no tenía interés; ninguno salía desconsolado de su petición y por esto, cuando murió, aun no le quedó para cumplir su testamento.

   No tenía por felicidad el cumplimiento de su palabra; en satisfacción de esto decía que menos daño había en no cumplir la palabra que en hacer cosa fea. No tenía ningún amigo íntimo, tenía casi una misma igualdad, observaba esta orden por no tener ocasión de comunicar sus cosas más secretas a nadie, pues decía que los que más fácilmente pueden destruir a otros son los que más familiar conversación con ellos tuvieron.

   Trabajaba con su persona muy poco, con el entendimiento muchísimo y solía decir que el ejercicio corporal por si era de poco provecho. No recibía presentes ni dádivas de nadie, aunque fuera muy poco, pues decía que cualquier cosa en un ánimo humano causaba desigualdad. Tenía por base y fundamento de sus cosas el desear acertar y por uso de ellas obrar con consideración y decía que era de más importancia que el pensar con prudencia.
Era muy sentencioso en lo que hablaba y esto y mucho más que no me acuerdo hay del. Era su Consejero y con quien gastaba mucho tiempo Cornelio Tácito.

   He dicho de este General estos pocos renglones porque de los que he conocido el tiempo que he servido al Rey era el que tenía más enseñanza y daba más admiracón en el modo de gobernar.

   De Mascate fuimos cincuenta leguas más abajo a una tierra que se llama Julusar, que los más de ella son pescadores de perla. Cerca de ella hicimos, a la boca de un río, un fuerte de cuatro medios baluartes y se le metió artillería. Estando en esta parte se tomó acuerdo en la manera en que había que reconocer a Ormuz, que estaba enfrente de nosotros dieciséis leguas y después de muchos modos que se propusieron se tuvo por más acertado el que Ruifreire enviase un presente al Capitán que gobernaba a Ormuz, en correspondencia por cierta cosa que había por Ruifreire hecho, y a esto fueron dos navíos y yo fui en el uno.

   Como llegamos a la vista de la fortaleza, pusimos una banderilla blanca y echamos un arabio en tierra que fuese delante, mandándonos acercar y que desembarcase el presente. Yo salté en el barco en que iba, que llegamos en dos veces, y retirándonos con el barco y acercándonos a tierra. Después de esto rodeamos la fortaleza para surgir de la otra parte en el tanto que nos daban respuesta. Se tardó bien dos horas durante las que reconocí a mi voluntad la fortaleza, el sitio de ella, su forma y fortificación y lo más dificultoso que podía resistir su recuperación.

   Es Ormuz una isla que está 28º de altura de la parte del Norte, metida en el Mar Pérsico, dos leguas de la tierra firme de la costa de Persia, enfrente de un puerto en la misma Persia, que llaman el Comoron. Su forma es casi circular, su circunferencia será dos leguas de Levante a Poniente, corre casi la costa de Persia.

   Por el Poniente tiene el mar que pasa en Bácora y en el entran los ríos Tígero y Ufrate; por el Oriente el mar que desemboca en el mar océano; por Norte a Persia; por Sur al mismo mar pérsico, por lo ancho que se determina en la costa contrapuesta, que es Arabia la Feliz, que dista de la misma isla dieciséis leguas. Tiene algunas montarivelas ásperas de sal, sin árbol ninguno más que algunos espinos. Es tan estéril que aun agua no tiene, que la traen de Persia en barcos y la cogen en la isla, llovediza, en cisternas. Tiene tanto nombre porque era y es una escala o feria donde venían muchos navíos y mercaderes, unos de la India, otros de las Arabias y Siria y, en fin, de toda Asia y parte de Europa a contratar.

   El primero que la ganó fue Alonso de Albuquerque al Rey de Ormuz, que lo era de esta isla y de otras que tenía en las costas de Persia y de Arabia la Feliz. Hizo en una punta de ella, donde tenía un pozo algo espacioso para poder surgir, un castillo con cuatro baluartes de ángulo agudo con su falsa braga; las tres cortinas van a parar a la mar y la otra tiene un foso con su cuchillo, puerta o inclusas por donde entra la marea y la hinche de agua, con una contraescarpa bien labrada a la parte del Norte hasta la isla y junto al castillo la ciudad a menos que tiro de arcabuz.

   Como las naciones septentrionales pasasen la línea y tuviesen comercio con Persia y la India y aquella plaza y las armadas que allí habían de la nación portuguesa les servía de estorbo y también a los persianos los derechos que perdían de su Aduana, se conformaron en que los ingleses por la mar y el persiano ocupando la isla sitiasen la plaza. Así lo hicieron y la ganaron.

   En este tiempo que yo pasé se trataba de su recuperación y sobre ella fue enviarme allí el Virrey, que dejando guarnecidas las costas de Arabia y las plazas más importantes con el resto de la Armada, viniese a la India y yo en su compañía. Salimos de Mascate, atravesamos el estrecho hasta tomar la coste de Persia y costeándola por el agua del y del Sindo, por donde entra en el mar por siete partes el río Indo, fuimos a Dio y costeando la India Cecurate, que es en Cambaya, puerto de la naciones septentrionales y a Goa, sería la navegación de la vuelta seiscientas cincuenta leguas.

   En este tiempo estaba el Virrey para ir a la parte del sur con una grande armada que había prevenido y comunicadas las cosas con Ruifreire, le mandó que fuese a visitar las fortalezas del Norte y yo en su compañía; llegamos a Chaul y porque la orden del Virrey que llevaba Ruifreire era condicional, en que le limitaba algunas cosas, no quiso ponerla en ejecución y sin que tuviese efecto el se fue a su estrecho de Persia y yo volvía a Goa, a donde estuve aquel invierno.

   A la salida de el, llegó nueva de que en la costa de África se había perdido una isla de portugueses llamada Bombaca, levantándose con ello los naturales y un castillo que tiene muy bueno, matando al Capitán de el y a los soldados que le defendían y a todos los portugueses que había en la isla, destruyendo un convento que había de la orden de San Agustín y martirizándoles. Tratose de volver a recuperarla y aprestose una Armada de dieciséis navíos pequeños y una galera, donde iban ochocientos portugueses con los pertrechos y bastimentos necesarios para la jornada y por General Don Francisco de Mora, Capitán que al presente lo era de Goa.

   En treinta y uno de Diciembre llegamos a Bombaca, como he dicho, es en la costa de África en 4 ½ º de altura del Polo Antártico, en una isla que está en la tierra firme, de suerte que la costa de ella, que está al mar océano, y la de tierra firme es casi toda una línea, que es Sursueste, y fórmanla un río que viene de tierra firme y se diviade antes de llegar al mar en dos y con aquella división entra en la mar y la tierra que queda en medio de los ríos y del mar es isla.

   Es muy amena de árboles, como lo son todas las tierras debajo de la equinoccial por la demasiada humedad que en aquellas partes hay por estar siempre lloviendo el tiempo que es verano.

   Entraron los navíos por la barra más segura de peligro, que en la otra estaba la fortaleza. Estuvo el Capitán General en ella surto ocho días haciendo fagina y cestones y esperando a un rey de negros, que con cantidad de ellos habían de venir a ayudarnos. En el ínter, el enemigo se previno, de suerte que se hizo invencible. 

   Reconociéronse algunos puestos en que se escogió el que pareció más conveniente, y al querer desembarcar en el era el mar tan llena y tan brava que los bateles no podían llegar por ser todo peñas. Por esto y ser sentidos, fuimos a otro donde saltó en tierra la gente y en un llano se formó un escuadrón de hasta trescientos hombres, porque los demás estaba embistiendo por otra parte por que no estorbasen el desembarcar. 

   Hízose luego una fortificación o reducto de tierra y fagina y como esto se hace cavando y con trabajo y la nación portuguesa en aquellas partes no está enseñada a este modo de guerra, se le hacía muy mal y así no se hizo con perfección. Guarneciose los trabajos con algunas piezas pequeñas y la gente se acuarteló dentro.

   De este puesto se quiso el General mejorar a otro más cerca de la fortaleza, que ocuparon unos Capitanes. Mandome que le fuese a reconocer y pareciome bueno, y así se lo dije al General, aunque peligroso, porque era en medio de la isla y lo necesario de la gente había de venir de los navíos y era necesario gran cuidado y mucha escolta para que viniese seguro. Con todo me volvió a mandar qué quería, que volviese allá y procurase se fortificase lo mejor que fuese posible. 

   Así se hizo en una tarde, ya digo, que no con la perfección que acostumbra la nación castellana en Flandes y en otras partes porque esto se hace a puro trabajo personal y los portugueses en aquella parte lo remiten todo a pelear y al valor, no dejando nada a la industria, porque lo tienen por defecto, además que no guardan los preceptos de las órdenes con la puntualidad que requiere la guerra, teniéndose cada uno por tan bueno en todo como el que gobierna y esto causa muchas veces malos efectos y oposiciones, disminuyéndose el acierto de lo que se pretende conseguir, sin entender que con la conformidad lo poco crece y sin ella lo mucho se hace nada y que corre evidente peligro lo que orden no tiene. Por esto en la India los soldados de Ruifreire son entre los otros de más estimación, como entre nosotros los de Flandes, por la obediencia que tienen y el castigo que se les sigue al que no los guarda.

   Esto dio ocasión en este sitio a notables desgracias, porque otro día siguiente quiso el General ir a ver el puesto en el estado en que estaba. Llevó consigo los caballos más lucidos que había en el Ejército, una Compañía de arcabuceros, sin muchos que fueron sueltos, que serían cerca de cien soldados, dejándome a mi gobernando lo restante del Ejército, que quedaba con orden que no saliese nadie de allí sin la suya hasta que avisase.

   Había en el puesto una casa vieja que estaba fortificada. Luego que llegó arrimaron las armas y los soldados se desparramaron, divirtiéndose en árboles frutales que hay y el General se subió a un árbol para descubrir y ver la fortaleza y la isla. Había emboscaje alrededor, que era una emboscada de negros. 

   Como conocieron la ocasión, de tropel  embistieron disparando muchas flechas. Los soldados primero que se juntaron y volvieron a tomar las armas y ponerse en defensa, el General con ellos, y mataron algunos. Encerráronse en la casa vieja y allí murieron defendiéndose Don Diego de Lima, Juan Álvarez de Mora, el Capitán Pedro Álvarez de Castelbranco, el Capitán Juan de Fonseca.

A Don Rodrigo de Acosta hirieron, sin otros soldados de menor nombre que mataron o fueron heridos.

   Oyose este ruido en los cuarteles donde estábamos por la respuesta de algunos arcabuces y entendí que el General peleaba y así, contra toda buena orden de milicia, desguarneciendo el puesto y las banderas y artillería y contra la orden sin tener aviso cierto, entresaqué alguna gente y con dos Capitanes y con ellos Don Fernando de Noroña, hijo del Virrey, le socorrí y llegué a tiempo del mayor aprieto en que estaba la gente: El enemigo, viendo el socorro, se retiró y los nuestros se mejoraron. 

   Era tanto el temor y deseo que tenían de volver al cuartel, que algunos muertos se echaron en un pozo que había junto a la casa donde sucedió.

   En fin, se retiraron con los cuerpos muertos de los más principales, que fueron cuatro, sin el Capitán Fonseca que cayó, retirándose, muerto a mis pies de un flechazo en la cabeza. Era la ponzoña de las flechas tan fuerte y vehemente, que en cualquier parte del cuerpo en que tocase, si no le chupaban luego o le cortasen con brevedad la carne donde estaba, penetraba de manera hasta el corazón, que en breve espacio no duraba una hora y el que más duraba caía muerto. Al General le tocaron siete heridas, todas mortales, en la cabeza y brazos, más tuvo tal suerte, que un mozo le chupó la ponzoña de las heridas y vino a sanar de ellas y el mozo murió de la ponzoña que chupó.

   Fue luego fuerza nombrar persona que sirviese el ínter que el General sanaba. Estaba el Ejército tan otro del que allí había desembarcado dos días había que era extremo opuesto al valor que habían mostrado: tímidos, descoloridos, tristes, mirando al suelo, cabizbajos, el que hablaba todo era en el modo como mejor se podía volver a los navíos, que la gente, poca, menos el bastimento, proseguir aquella empresa que con lo florido del ejército no se había conseguido ningún buen suceso estando en sus primeros alientos, que al presente, cuando estaba menoscabado y como en lo último, no se podría acabar cosa de consideración que todo yerros.

   Al cabo de quince días, cuando esperaban estar en la fortaleza, el General con siete heridas, la flor del ejército muerta, que para no consumirse todo mejor era volverse, formaban corrillos sobre el caso, sucediendo lo que se podía esperar según el estado presente.

   Juntáronse los Capitanes y con ellos el hijo del Virrey. Yo no me hallé presente, porque solo servía con un arcabuz. Votose sobre quien había de gobernar en el ínter que el General estaba para ello. Había Almirante, que era Pedro Botello y otros Capitanes bien entendidos y al cabo se conformaron los más en que gobernase yo y esto encargaron al hijo el Virrey. Vino a buscarme a mi barca a proponerme el caso, a lo que le respondí: 

   “Señor, ¿Cómo podré yo conseguir lo que el Capitán General no consiguió con lo más y de mejor condición, y siendo un soldado particular castellano? Es solo querer ponerme por blanco y causa de los tristes fines que está prometiendo las cosas presentes y que sirva de poner con mis desgracias y malos sucesos de este Ejército silencio a los pasados culpa a os míos. 

   No, Señor. Si la pretensión es enmendar lo pasado o conservar lo presente, muchos Capitanes y señores hay en el Ejército de más conocimiento que yo que se pueden encargar de lo que Vuestra Merced me manda” 

   Respondiome que era adelantar mucho el pensamiento, más que si no quería, que le gobernase por dos o tres días en el ínter que se volvían a juntar y nombraban otro. Así lo acepté y al tercero día nombraron a Gonzalo de Barrios, Capitán de un navío y Almirante que había sido de Ruifreire, que sintió, porque en la obediencia no se conformaron con su rigor, a que estaba enseñado, y así le promovieron nombrando al Almirante Pedro Botello. En este tiempo no se intentó cosa hasta que el General estuvo mejor y vino al Ejército, que se estaba curando en su galera.

   Tratose de ocupar otro puesto en tierra firme en frente de la fortaleza, el río en medio, queriendo de allí batirla. 

   Mandáronme que la reconociera; hícelo y no me pareció a propósito. Juntose a consejo y de veinticinco voto me siguieron veintiuno, los demás al Capitán General, que era de parecer que se ocupase y así luego lo encomendó a Gonzalo de Barrios, el cual pidió doscientos hombres y seis piezas de artillería. 

   Francisco de Acosta se opuso, pareciéndole que era aumento de mucha honra la elección de Gonzalo de Barrios, sabiendo que se había de perder en el caso  y que el otro se había de ganar en duda. Dijo al General que aquello era deshacer el Ejército y quedarse sin gente, que el le sustentaría con cien hombres y cuatro piezas de artillería. 

   El General, pareciéndole que era aumento, y no conociendo la segunda intención con que lo decía, la aceptó (¡Oh, defecto de nuestra naturaleza, que nos entristecen más los bienes ajenos que nos alegran los nuestros; Francisco de Acosta, rico y con honra de otras ocasiones, el contento que debiera, solo el conjeturar el buen suceso que su enemigo podía tener en el puesto que le encargaban, quiso más perder lo que tenía seguro, solo porque su adversario no ganase lo que estaba dudoso!)

   Diósele lo que pedía y aun más y yo le seguí con mi arcabuz.Ocupamos el puesto y fortificose de mala manera, correspondiente a lo de la gente. Púsose la artillería, tiráronse algunos tiros y conociose con evidencia que era larga la distancia para batería, sin otros inconvenientes que enseñó la experiencia. 

   A la primera noche nos dieron los negros de tierra firme  un asalto que perecía que se querían llevar las piezas y las malas trincheras con que estábamos cubiertos. Mataron algunos, cien soldados quedaron, de suerte que Francisco de Acosta conoció que si quedábamos allí otra noche lo perderíamos todo y, así, les obligó a retirarse, bien que con la orden del General, habiendo solo un día estado en el puesto y resultando tan diferente de lo que prometió, que quisiera haber trocado todos buenos sucesos porque le sucediera esto a Gonzalo de Barrios. Retirose la gente y la artillería a los navíos.

   Parece que en esta ocasión los más estaban faltos de la consideración que era necesario para lo que les convenía y yo más que todos. Enviome el General con una orden al Capitán Andrés Bello, que era Cabo de unos navíos que estaban surtos junto al castillo de la isla, el cual tenía una batería de cuatro piezas de a ocho y de a doce libras de bala. Y este Capitán, hablando en conversación de la disposición en que estaba esta batería, dijo: “para más claridad, vaya vuestra merced en una chalupa y reconózcola, que así se lo doy por orden” 

   Yo acepté el reconocimiento sin orden del General ni del Andrés Bello por escrito, ni tener el jurisdicción sobre mi, por no ser de su tropa e ir solo a comunicar una orden y con obediencia ciega me embarqué en la chalupa, yendo conmigo un Alférez que se llamaba Carballo y cuatro soldados suyos y seis marineros y contra marca pasamos por delante de ella y al pasar, estando el enemigo atento al reconocimiento, nos apuntó las piezas y las tres nos dieron en la chalupa y la una me pasó por delante del pecho llevándome los cabos de las agujetas que llevo colgando de un coleto y el Alférez, que iba sentado en la popa pegado conmigo hombro con hombro y que yo le cubría, le hizo pedazo los muslos y la mano derecha que llevaba sobre el uno. 

   No vivió más de una hora y esta parece que la dio Dios para confesar a voces un grave delito que había cometido, de matar a una amiga suya que había servido a Gonzalo de Barrios y se la había sacado de su casa y quitádola una cadena de oro que había hurtado a su amo y matándola la metió en un costal y la llevó a un cementerio que estaba fuera de Goa, donde la enterró. Llamose luego a Gonzalo de Barrios para que le perdonase la ofensa, perdonó, más la cadena no quiso y así tomó por su cuenta el hijo del Virrey el pagarla.

   Las otras balas mataron a dos marinos y a uno quebró un muslo, de suerte que fueron los muertos cuatro. Quedé del caso dando muchas gracias a Dios, porque en aquel punto me iba encomendando a la Virgen de Loreto, que está en Madrid, en la plazuela de Antón Martín, de quien soy devoto y llamo en mis trabajos. Túvelo por evidente milagro y así lo entendió todo el Ejército, por ir todos pagados el uno al otro y cubrirle yo todo el cuerpo

   Diciendo después al Andrés Bello cómo había dado orden para que se hiciese aquel reconocimiento, dijo que tenía orden del General y el General respondió que no había tal. Porque se vea con la facilidad en que metieron en peligro tan evidente a diez hombres para que nos hiciesen pedazos, como hicieron pedazos a cuatro, siendo aquel reconocimiento sin necesidad, y cundo lo fuera se podía hacer de tierra firme, porque estaba cerca, sin riesgo ninguno, de ciencia cierta por estar la batería a la legua del agua y descubierta toda.

   Volviendo al caso, juntose luego a consejo sobre lo que había que hacer, eran ya quince de Abril, y el invierno y vientos oestes entraban y no se podían esperar a más o se había de quedar a invernar en la isla y para esto no había bastimento. Y así se acordó de volverse a la India a invernar y que la partida fuese luego, con que todos se alegraron como si se hubiese ganado la plaza.

   Hicímonos a la vela costeando el África hasta el cabo de Guardafuí, que está en la boca del Mar Rojo, en 13º de altura de la parte norte; de allí se tomó el viaje hasta la India, que hay algunas cuatrocientas leguas y llegamos a Goa a treinta de Mayo con mucho peligro, porque ya estaba el invierno y se cerraban los puertos y si se tarda un día más nos perdemos, porque entró de todo punto el invierno.

   El Virrey trató de sanear aquella pérdidas por su partido, haciendo cierto el que había enviado para restaurar aquella plaza lo bastante de soldados, artillería y pertrechos, quien se las podía aportar. Saneado esto, quedábale toda la carga al General, o por omiso en la ejecución o por inadvertido en la elección de lo que importaba. Era Don Francisco de Moras muy buen caballero, cortés y bien hablado, amigo de hacer todo bien, fácil en la persuasión, muy palatino y cortesano; había gobernado a Cabo Verde. 

   No obstante experiencia para tales empresas, diga cada uno lo que quisiere, que el arte militar compuesto de varios accidentes y el gobernar y sujetar con tanta opresión tanta cantidad de gente de tan varios naturales en una campaña o sitio en oposición de otros tantos de tanta importancia como valen las vidas y honras de tantos soldados y de su Rey, no se aprende en una sala cerrada de libros ni en la urbanidad de la Corte; más apréndese en una campaña y otra y en un sitio y otro sitio, con un trabajo y otro, arriesgando una y cien veces la vida, ya con el trabajo personal ya con el riesgo de perderla, teniendo una sagacidad profunda, un natural claro, una privación de toda pasión, un conocimiento de las causas, del menester que trae entre las manos, una providencia dilatada que mediante el discurso en lo pasado con larga experiencia en varios casos, que es lo que más aprensión hace junto con lo presente, sea próximo a la certeza del efecto que puede estorbar para acudir al remedio del, porque aun compuesto de estas partes y de otras muchas más que son necesarias, aun le es dudoso el acierto, por tener en esta materia de la guerra la mayor parte la fortuna.

   Confieso que le siguió a Don Francisco, más también confieso que el sabio la suele limitar. La ambición de honra y de fama  le lleva a esta jornada, persuadido del valor de la nación portuguesa, que en esta parte se promete más de lo lícito y que sus fuerzas pueden alcanzar, no considerando que es mucho mejor no perder la honra que ganarla y que se atrasa la opinión quedando por falsa, que es el mayor mal que en los hombres puede haber.

   Saneado su partido, el Virrey quiso que Don Francisco sanease el suyo o diese causas de los malos efectos de aquella jornada y para que tuviese más autoridad lo remitió a la Audiencia que allí hay de Oidores. Tría granjeados de allá enemigos y estos eran los más amigos que había tenido, consultando sus cosas con ellos, debiendo consultar primero si lo eran, si considerara como debía el que le podían ser enemigos , no llegaran a ser ellos los menos cargados. En fin, el se procuraba descargar con ellos, porque todos eran Capitanes y personas de puesto y ellos con el y los unos y los otros metiera por testigo. 

   El Virrey deseaba el que Don Francisco de Mora tuviese buena salida y tomó por mejor modo el que yo fuese el encargado, en virtud de un regimiento que el General llevaba, el que siempre tuviese atención a mi parecer. Y confesando yo que el haber dicho que algunos pareceres que había dado habían sido en contrario, como el decir que el puesto del baluarte de los turcos, que era el que ocupó Francisco de Sosa, era bueno para batería, venía a descargarse el General conmigo, y que luego que podía absolver.

   El Virrey me mandó llamar y con mucha blandura me dijo: “Toral, poco importa que digais que en Bombaca dijisteis que el puesto del baluarte de los turcos era bueno” Y como sea impropio en hombre altivo y áspero la blandura y como conmigo nunca la tuviese, luego sospeché que no era para hacerme ningún bien y así le respondí: 

   “Señor, si delante de veinte hombres y del Señor Fernando dije lo contrario y así lo juran todos ante el Oidor general, ¿porqué quiere Vuestra Señoría que habiendo acertado yerre y diga en contrario de tanta gente como estaba delante desdiciéndome a mi mismo?” 

   “Bien se puede hacer, que algunos habrá que digan lo mismo que vos”, me dijo. Respondile: 

   “Señor, los que lo dijeron no dirán en rigor bien y en el complacer a nadie conmigo mismo, primero soy y mi honra que Don Francisco de Mora” A esta razón, algo torcido el rostro, me dijo: “Andad con Dios”. Y otro día siguiente me tomaron juramento. Juré la verdad sin atención particular ninguna, de que se escandalizó más y sin saber porqué dentro de tres días me mandó prender y estuve en la cárcel sesenta días sin poder saber la causa no hacerme cargo ninguno, por más memoriales que le envié.

   Ofreciose ocasión en que era necesaria mi persona y mandó a un Alguacil a que me sacase de la cárcel y me llevase a un navío de la Armada que estaba de partida para las fortalezas que están a la parte del Norte. Iba por General de esta Armada Don Rodrigo Dacosta, un caballero muy conocido que fue herido en Bombaca. Este me llevó a su navío y fuimos  con el armada a reconocer unos islotes, que era para lo que me habían sacado de la cárcel. En el ínter que estuve en ella dispuse de mis cosas.

   En este viaje, en el paraje de Damón, topó la Armada con dos navíos holandeses que venían de Curate. Quiso el General embestir con ellos, dispararon su artillería y estando el General en la popa disponiendo las cosas y animando a sus soldados le llevó una bala la cabeza de los hombros. Como faltó se cubrió la popa de luto y la gente dejó su intento y la Armada volvió a Goa.

   Supe la poca o ninguna merced que el Virrey me hacía y que me quería volver a prender, porque decían que yo había pedido licencia para venirme a España y que sería posible me viniese y diese cuenta de algunas cosas y que esto debía prevenir. Conocí que la prevención me había de ser muy costosa y así justifiqué mis servicios y traté de venirme por tierra, porque por las naos era dificultoso.

CONTINÚA

Soldado Español
Málaga - 2018

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