30/06/19

BRIGADIER JUAN MANUEL DE URBINA Y ZÁRATE. 1ª PARTE.

    Que los vascos han dado a España excelentes personas no hay para que decirlo y justo es destacar a aquellos que han sobresalido de entre ellos por sus acciones en cualquier campo y como este es un libro en el cual traemos a la memoria a aquellos militares que sirvieron a España pero que debido al inexorable paso del tiempo han sido olvidados, hemos pensado que es un buen momento para hablar del Brigadier Don Juan Manuel de Urbina y Zárate, vitoriano de pro y español insigne.



    Vino al mundo Don Juan Manuel en la ciudad de Vitoria, el veinticinco de Junio de 1715, siendo sus padres Don Bartolomé José Ortiz de Urbina y Doña Brígida Ortiz de Zárate, marqueses de la Alameda. Fueron sus abuelos paternos Don Cristóbal Ortiz de Urbina y Doña Magdalena Ruiz de Zurbano, vitorianos. Fueron sus  abuelos maternos Don Esteban de Ortiz de Zárate y Doña Gregoria González de Junquitu, naturales y vecinos de Vitoria.

      Bien, las primeras noticias que tenemos de nuestro hombre nos lo sitúan en el quince de Noviembre de 1731, cuando empieza a servir al Rey en clase de Cadete, pasando a formar parte de la Compañía que mandaba D. Gaspar de la Torre, del Regimiento de Guardias de Infantería Españolas, permaneciendo en esa clase hasta al menos el veinte de Septiembre de 1734, siendo entonces su destino en la Compañía que mandaba el Capitán D. Juan Junco, habiendo pasado durante este periodo de tiempo por diferentes situaciones de guerra, habiendo demostrado con suficiencia su capacidad para distinguirse con gran valor, su amor y celo en el servicio del Rey y haber manifestado una adecuada conducta en todo cuanto sus Oficiales le mandaban y todo ello con gran satisfacción por parte de sus superiores.

   Pero para hacer honor a los servicios prestados en esta etapa de su juventud a España y al Rey, procederemos a detallar las acciones en las que se halló, que fueron varias, dando así, de camino, un repaso a algunos de los hechos de armas españoles del siglo XVIII.

   No sabemos a que ciudad fue destinado nuestro hombre a realizar sus primeras instrucciones y aprender los rudimentos del arte militar, ni donde juró las banderas, pero lo que si sabemos es que la primera acción de guerra en la que se halló y que supuso su bautismo de fuego, fue la reconquista y restauración a España de la plaza de Orán.

Su hoja de servicios (anverso) Archivo de Simancas
   Decidida España a recuperar aquella plaza en del norte de África y asegurarse la tranquilidad en aquella zona mediterránea, se mandó una expedición militar al mando de Don José Carrillo de Albornoz, conde de Montemayor, y de Don Francisco Javier Cornejo, dando comienzo a partir de este momento a la aventura militar de nuestro hombre en los campos de batalla y que le mantendrán en ellos hasta mediados de1746.

Su hoja de servicios (reverso) Archivo de Simancas
   Partió el quince de Junio de 1732 la Escuadra española del puerto de Alicante con los batallones elegidos al efecto, entre ellos las Reales Guardias de Infantería Española, entre cuyos efectivos se encontraba D. Juan Manuel de Urbina, teniendo que hacer frente a recios vientos que le dificultaron el avance, aunque ello no fue óbice para que al final se llegase a la zona elegida para el desembarco, en el paraje llamado de Las Aguadas, internándose acto seguido en el país la vanguardia del Ejército, la cual iba mandada por el marqués de Santa Cruz, quienes tras algunas escaramuzas con los moros y breve asedio se hicieron dueños del castillo de Mazalquivir, donde se colocó una batería Artillera.

   Cuando llegó el resto del Ejército a la plaza, la noticia había corrido como la pólvora y llegaron a los españoles nuevas que decían que el enemigo, al perder su principal puerto, había abandonado la plaza de Orán, y aunque dieron cierto crédito a esas noticias recelaron de que se tratarse de una trampa, por lo cual se enviaron algunas Compañías en descubierta, que tras investigar volvieron confirmando la noticia.

   Así, tras este hecho, procede el Ejército a avanzar hacia Orán, posesionándose de la plaza y puntos cercanos sin problemas, a la vez que la Regencia de Argel, espantada ante la idea de una invasión general del país por parte de los españoles huye,  y aunque los nuestros barajaron la posibilidad no procedieron a ello, pues no eran esas las órdenes que había, de modo que el Ejército embarca y vuelve a la Península dejando una fuerte guarnición en la zona al mando del marqués de Santa Cruz.

Certificado de haber participado en la función de Camposanto. Archivo Nacional Vasco
   Los moros aprovecharon la ida de los españoles para tratar de recuperar las plazas perdidas, asediándolas, poniendo en situación apurada a las guarniciones, ante lo cual se mandaron avisos a España en demanda de refuerzos, a la vez que se trataba de impedir la acometida mora llegando al extremo de tener que realizar una vigorosa salida por parte del marqués con sus hombres, que consiguió desbaratar la ofensiva mora. Pero el demasiado ardor puesto en la acometida provoca que se rompa la formación dando pie a que los moros se revuelvan y cerquen por todos lados a los nuestros, creando una situación bastante comprometida para las armas españolas, lo cual quedó conjurado al aparecer los refuerzos demandados, lo que aprovechó el marqués para rehacerse, reunir a los fugitivos y cercados y ya todos juntos rechazar al enemigo, pero con la mala fortuna de que es herido y muerto en el campo de combate.

   Tras estos sucesos, se pacificó la zona, se dejaron bien guarnecidos los puntos más importantes y los demás regresaron a España.

   El estallido en 1733 de la Guerra de Sucesión polaca dio lugar a que Europa se enfrentase nuevamente, pues Austria y Rusia apoyaron la candidatura de Augusto de Sajonia, mientras que Francia prestó su apoyo a la de Estanislao Leszcynski, que era suegro de Luis XV de Francia. Dicha situación obligó al país galo a firmar una alianza anti imperial con España, que se materializó con el Tratado del Escorial o Primer Pacto de Familia, firmado el 7 de Noviembre de 1733, entrando así España en la guerra.

   Así pues, con esta nueva situación se decide que el Regimiento de Don Juan Manuel de Urbina se traslade junto al resto del ejército al Reino de Nápoles, para defender los intereses hispano-franceses sobre aquel reino y mantener de paso la influencia política española en el escenario internacional, debiendo España enfrentarse a los austriacos que querían imponer su hegemonía  y cuyos ejércitos en Italia se hallaban al mando del príncipe de Belmonte, el cual, contando con seis mil infantes y dos mil de a caballo, partió de Bari llegando a la plaza de Bitonto, pues habían llegado noticias de que llegaban los españoles a esa ciudad.

   De modo que al llegar a la zona, dispuso Belmonte a su caballería en la campiña cercana a la plaza de Bitonto y a parte de la infantería más veterana en el camino de San Martín, el que suponía traerían los nuestros para llegar a la plaza, pero al enterarse nuestros hombres de ello, variaron de inmediato el rumbo, y marchando por lugares menos cómodos consiguieron llegar a la vista del enemigo la tarde del día veintitrés de Mayo de 1734, y percatándose el conde de Montemayor, General de las tropas españolas,  que los imperiales habían elegido el mejor sitio, decidió en consejo de guerra con su Estado Mayor, dejar el encuentro bélico para el siguiente día, pasando la noche en estado de alerta.

   Se preparó Don Juan Manuel junto con sus compañeros para el combate que daría comienzo la mañana siguiente, veinticuatro de Mayo,  y a primeras horas empezaron a situarse nuestras tropas, en siete columnas, cuatro de caballería y tres de infantería, disponiéndose de la siguiente manera:

   - la derecha la ocuparon el Teniente General duque de Veragua y el Mariscal de Campo Don Reinaldo MacDonald, con siete compañías de Granaderos, tres batallones de Guardias Españolas y uno de Suizos,

   - el centro lo ocupó el Teniente General marqués de Bers  con el mismo número de Granaderos y los dos cuerpos de Lombardos y de la Corona,

   - la izquierda, ocupada por el conde de Maceda y el Mariscal de Campo Don Juan Bautista Gages, constaba de ocho Compañías de Granaderos, tres Batallones de Guardias Valonas y el segundo de Suizos,

   -la Caballería se hallaba mandada la primera columna por el Teniente General marqués de Pozo Blanco y el Mariscal conde de Sicilia, y constaba de la Brigada de Carabineros Reales,

   - la segunda columna, mandada por el Teniente General marqués de Mina y el Mariscal marqués de Castelar, se componía de cuatro Escuadrones de los Regimientos de Pavía y Francia, cuatro de Granaderos a caballo y la de Granaderos Reales,

   - la tercera la mandaban el Teniente General duque de Castropiñano y el Mariscal Don José Grimao, con elementos de los Regimientos de Milán, Flandes Andalucía,

- por último, la cuarta estaba al mando del Teniente General marqués de Chatearefort y el Mariscal marqués de Bay, con los Regimientos de Borbón, Extremadura y Malta.

   Bien, como el conde de Montemayor había observado que la mayor parte de la fuerza enemiga estaba situada en la derecha, ordenó reforzar la izquierda nuestra con los Carabineros Reales, extendiendo la línea y procediendo a avanzar desalojando los puestos enemigos, de suerte que uno que atacó el conde de Maceda produjo una desbandada de los imperiales creando gran confusión, lo que se tradujo en que atacara fuertemente, avanzase más y ocupase posiciones, seguido a continuación y por orden de Montemayor de las demás tropas, poniendo en fuga a los austriacos y sus aliados.

   Los Regimientos de caballería de Dragones de Francia y de Pavía realizaron exitosos ataques, mientras que el resto de la caballería persiguió al enemigo hasta las inmediaciones de Bari, alcanzando el Regimiento de Carabineros la retaguardia enemiga a muy pocos kilómetros de esa plaza, causándole graves daños entre la tropa y la oficialidad, llegando nuestros hombres hasta las mismas murallas de la ciudad.


Escudo Regimiento Dragones de la Reina (Clonard)

   Mientras, el General Rodoselli, Mariscal de Campo imperial, se había retirado a la plaza de Bitonto, procediendo a su defensa junto con la guarnición que allí había, pero a pesar de los esfuerzos que realizaron los sitiados por superar el trance, acabaron por capitular y tras rendirse entregaron a las puertas de la ciudad las armas y banderas y se tomaron por nuestra parte gran número de prisioneros, a quienes Montemayor ofreció servir bajo las banderas del Rey de España, haciéndolo alrededor de tres mil quinientos de ellos. Se dejó una fuerte guarnición en la plaza.

   De los nuestros se contabilizaron entre muertos y heridos unos trescientos. En palabras de Clonard, la batalla se resume así:

    ”…Al fin se encontraron en los campos de Bitonto (24 de Mayo), donde se dio aquella famosa batalla, casi sin egemplo y sin copia alguna en los fastos militares del mundo, y en la que todo el ejército enemigo quedó muerto o prisionero. El regimiento de Lombardía…recibió…la misión de custodiar a cuatro mil austriacos desde Bitonto a Nápoles.”

   El siguiente día veintiséis, marchó Don Juan Manuel de Urbina, nuestro hombre, junto con el resto del Ejército a la plaza de Bari, la cual también terminó capitulando y donde se hicieron numerosos prisioneros, entre ellos ni más ni menos que el príncipe de Belmonte -el General imperial-, al Teniente General príncipe Strumbali, a los Generales Vignales y Rodoschi y otros Jefes y Oficiales, junto con quince banderas y veinticuatro estandartes, todo su campamento, municiones y veintitrés cañones.

   Tras estos acontecimientos, embarcó junto a su Regimiento con destino a la isla de Sicilia, donde participó en el sitio y toma de Castello Amare, en la zona de Palermo.

   No terminaron aquí, ni mucho menos, las situaciones de guerra en las que se halló Don Juan Manuel de Urbina tras estos hechos de armas, no, sino que alerta como estaban las tropas españolas ante las evoluciones de los enemigos, ocurrió entonces que el Infante Don Carlos de Borbón salió de Parma y reunió un ejército de españoles con el que se dirigió al Reino de Nápoles, donde sus habitantes sentían aversión por los austriacos y querencia por los españoles, lo que los predispuso a favor de estos, cosa que aprovechó el de Borbón para hacer concesiones y promesas que animaran a los habitantes del reino a contribuir a los gastos militares.

   Con esta coyuntura a su favor, consiguió hacerse poco a poco con el control de las plazas que ocupaban  los imperiales, manteniendo estos ya únicamente en la región las plazas de Capua y Gaeta. Eran mandadas las tropas austriacas por los Generales Carafa y Traun.
   En esto que llegó una escuadra española mandada por el conde de Clavijo con ocho mil hombres, que ocuparon las islas de Ischia y Prócide y con estos efectivos pudo el conde de Montemar -que operaba en sintonía con el Infante de Borbón- proceder a completar la invasión del territorio objeto de los intereses españoles, retirándose los austriacos a las dos plazas últimas citadas, y terminar con el cerco y asedio que soportaban y que duraba ya casi cuatro meses, acabando por ser capturada Gaeta el seis de Agosto de ese año de 1734.

   Muy satisfecho debían estar los superiores de Don Juan Manuel de Urbina con sus acciones, celo y aplicación en el servicio, que debieron irle ascendiendo en el escalafón militar y, así, lo vemos recibiendo su patente de Capitán y siéndole conferido el mando de un Escuadrón del Regimiento de Dragones de la Reina,  empleo concedido por Real orden de dieciséis de Abril de 1735. Si nos fijamos, se le destina a un arma diferente, pues ahora pasa a prestar sus servicios en la Caballería, quizás por petición propia.


CONTINÚA

Soldado Español
Málaga - 2019

16/06/19

UN HÉROE DE LA GUERRA DE CUBA.

   Esta es la historia de un héroe, de un español que luchó en Cuba en esa guerra civil llamada Guerra de Cuba. Pero no quiero tratar ahora sobre los problemas de las guerras civiles y sus nefastas consecuencias, no, solo quiero traer a estas paginas una historia, la de un español que empuñó las armas para servir a su país de la forma que creía que debía hacerlo.

   Nuestro hombre se llamaba Miguel del Campo Gómez y había nacido en Junio de 1846 en el Valle Vizcaíno de Carranza, siendo bautizado el día catorce de dicho mes y año en la parroquia de San Miguel Arcángel de ese valle. Era hijo de D. Manuel del Campo Palacio y de Dª. Josefa Gómez Mazpule.

   Miguel conoció a la que sería su mujer, que era natural del pueblo de Ojébar, en la provincia de Santander, casándose con ella en esa localidad. Pasado el tiempo decidió alistarse voluntario cuando la guerra de los Diez años, de donde volvió para al tiempo, en 1890, emigrar a Argentina para empezar una nueva vida y hacer fortuna, pero cuando se volvió a declarar la guerra en la Perla de las Antillas, no dudó en volver a alistarse como voluntario junto a otros muchos españoles para tomar parte en esa campaña.

   Una vez en la isla fue destinado a la primera Compañía del batallón de Cazadores de Valladolid, de la brigada del General García Navarro y enmarcado en el primer cuerpo de ejército y enviado posteriormente a Las Villas, donde se estaba operando contra la expedición insurrecta de Oriente.

   El día 21 de Noviembre de 1895 partía de esa provincia las fuerzas de García Navarro, para situarse en la frontera de Las Villas con la provincia de Puerto Príncipe, pues se tenían noticias ciertas de allí se estaban concentrando las partidas anteriormente mencionadas, organizándose para pasar a invadir tanto Puerto Príncipe como la provincia de Matanzas.

   Antes de partir se entregaron a los más jóvenes y fuertes del Regimiento Cazadores de Valladolid  cuatrocientos fusiles Maüser que sustituían a los Remington que portaban, quedándose los demás con los viejos, entre ellos nuestro veterano Miguel.

   En fin, partieron a pie ese día 21, recorriendo la columna más de cuarenta leguas y cuando llegaron a Arroyo Blanco, donde Miguel comunicó a su Capitán que se encontraba enfermo, enviándole ésta al médico, el cual certificó su dolencia, dándosele de baja y con la orden de que permaneciera en ese punto hasta que pasara la primera fuerza con destino a Sancti Espíritus, para ser llevado al hospital.

   Al día siguiente llegó a ese punto conduciendo un convoy el Coronel Segura, que mandaba el Regimiento de Granada, el cual lo recogió junto a 38 compañeros más y tras dejar en Arroyo Blanco el convoy partió de vuelta a Sancti Spíritus y a poco de empezar la marcha, rebasado el ría Jatibonico, fue atacada la vanguardia por partidarios rebeldes de Gómez y Maceo, fuerza compuesta de alrededor de 4000 rebeldes, que al ver a los 400 hombres de Granada se lanzaron contra ellos, entablándose desigual pelea.

   En la vanguardia habíanse situado un Sargento y siete soldados para frenar al enemigo mientras se organizaba la fuerza nacional, ofreciendo feroz resistencia al enemigo, pero la inferioridad númerica hacía mella, hasta que recibieron un refuerzo, el de nuestro Miguel, quien al oír los primeros disparos se bajó de la acémila en la que viajaba, se agenció un Remington, corrió junto a aquellos ocho hombres y empezó a repartir estopa al enemigo.

   Como era de esperar, al rato, de los nueve solo quedaban útiles cuatro, Miguel entre ellos, estando los demás heridos, entre ellos el Sargento, siendo éstos precisamente el objetivo de un grupo de  rebeldes, los cuales se lanzaron sobre ellos, aunque no lo hicieron gratis, pues los sanos y los heridos seguían disparando desesperadamente sobre ellos.

   Durante el trágico momento, uno de los jinetes enemigos se abalanzó sobre uno de los heridos con la intención de cepillárselo de un machetazo, pero viendo que Miguel se hallaba de pie y apuntándolo con el cañón de su fusil, dejó al herido y se abalanzó sobre nuestro hombre, quien con toda la tranquilidad del mundo esperó a que el enemigo estuviera muy cerca para descerrajarle un tiro que lo fulminó.

   Tras esto, corrió Miguel hacia el herido y recogiéndolo lo cargó sobre su espalda y salió de allí zumbando camino del punto donde se hallaba el grueso de la fuerza, pero al poco tuvo que pararse y poner en el suelo al compañero herido, pues otro jinete enemigo se abalanzaba sobre ellos con intención de liquidarlos, pero el infeliz no contaba que Miguel era un hombre con mucho cuajo e igual que con el rebelde anterior, se quedó de pie esperando que jinete y montura estuvieran muy próximos a el  y tras esquivarlo, se echó el fusil a la cara y con toda la tranquilidad del mundo apuntó y disparó, matando al agresor, tras lo cual recogió al compañero y salió de allí corriendo, no parando hasta que llegó a donde estaban los compañeros, donde pudo dejar al herido con los sanitarios.

   Tras esto, volvió de nuevo a ocupar un puesto en donde más peligro, pero al pasar donde se hallaban las bestias de transporte pudo ver como los rebeldes las estaban matando a machetazos, pero fijándose mejor pudo observar que también estaban matando a los soldados heridos que allí se encontraban.

   Esto encolerizó a Miguel, y corriendo a ayudar a un herido que estaba siendo agredido por un rebelde con el machete, se abalanzó preso de la ira sobre el enemigo y con toda su furia lo mató, para acto seguido coger al compañero y llevarlo corriendo al cuidado de los sanitarios.

   De nuevo corrió Don Miguel del Campo al punto donde quedaron el Sargento y los heridos con los que estaba al principio de la refriega, queriendo estos abandonar el puesto para regresar junto al grueso de la tropa, y al verle llegar, el Sargento le rogó que no los dejaran allí tirados, que seguro iban a ser presa de los machetes de los rebeldes, permaneciendo Miguel allí disparando junto a ellos el tiempo suficiente como para que diera tiempo a que llegaran fuerzas suficientes para recogerlos y transportarlos a lugar seguro, formando mientras el resto de las tropas el cuadro para defender a los heridos y a la impedimenta, consiguiendo, a pesar de su inferioridad numérica, rechazar las repetidas y crueles cargas de un enemigo diez veces superior en número, pero diez veces inferior en valor.

   Se sabe que Miguel efectuó 85 disparos con su viejo Remington.

   El Coronel Segura, tras ordenar recoger y curar a los heridos y enterrar a los compañeros caídos, ordenó marchar hacia Iguará, localidad a la que al día siguiente llegó la columna del General García Navarro, quien al enterarse del heroico comportamiento de nuestro veterano Miguel, lo llamó a su presencia, deshaciéndose en elogios por su valor, heroísmo y compañerismo, regalándole tres duros, a la vez que le preguntó que qué es lo que deseaba, respondiéndole Miguel que lo que quería era irse a su Batallón, pues ya no se encontraba enfermo. 

   Además, le dijo que si por acaso volvía a darse una situación como la vivida, desearía ocupar plaza de Cabo, para poder ordenar a sus soldados cuando avanzar o cuando permanecer para defender a los compañeros heridos. A esto le respondió el General que se lo comunicaría al Teniente Coronel para que lo llevara a efecto y que, además, el Coronel había dado un parte en el que destacaba la valentía y heroísmo con el que se había portado.

   Fue ascendido a Cabo y se le entregó un Maüser y el 26 de Enero de 1896, el Ayuntamiento del Valle de Carranza acordó felicitarle, recompensarle y a su vuelta de la campaña un empleo en ese municipio, y mientras eso ocurría, se le concedía un socorro económico a su mujer, Dª. Carmen de la Moza Iturralde.

   Este hombre puede ser el típico ejemplo de soldado español, valiente, heroico, buen compañero, anónimo, temido y respetado en todos los campos de batalla, como la mayoría de los españoles que a lo largo y ancho de este mundo han luchado hasta derramar hasta su última gota de sangre si preciso fuera por defender el honor de su patria y de su bandera.

¡¡Loor y gloria a Don Miguel del Campo Gómez!!   
¡¡Loor y gloria al Soldado Español!!

Soldado Malagueño
Málaga - 2019

01/06/19

JEFE DE ESCUADRA FELIPE GONZÁLEZ DE HAEDO.

   Esta es la biografía de un marino español que partiendo desde la posición más baja del escalafón de la Armada Española, conquistó las mas altas cimas de esta, llegando a ser Jefe de Escuadra.

   Vino al mundo Felipe González de Haedo y Pérez de Haedo en la villa del Puerto de Santoña, Cantabria, en Mayo de 1714, siendo bautizado con el nombre de Felipe Manuel en la Parroquia santoñesa de Santa María la Real del Puerto el siguiente día 13 de Mayo, por el Licenciado Don Antonio de Septién Cordero, Cura Beneficiado de dicha Parroquia.

   Fueron sus padres José González de Haedo y María Pérez de Haedo, y actuaron como padrinos José González Delgado y Antonia González. Fueron testigos de ello Diego Delgado, Juan Antonio de Camino y otros más.

   Fueron sus abuelos paternos José González Delgado - también su padrino- y María Delgado. Fueron sus abuelos maternos Francisco Pérez y Manuela de Haedo

   Con este dato de su bautismo podemos aventurarnos a deducir que debió nacer el 11 o el 12 de ese mes de Mayo, habida cuenta de que los niños se bautizaban lo antes posible debido a la alta mortalidad infantil de aquellos tiempos.

   La familia de Felipe por parte de padre era gente de mar que servían en las naves de Rey de España y, así, tenemos que su padre estaba registrado como Teniente de Navío de Alto Bordo en la Real Armada y así mismo y según el Libro de Elecciones de Justicia y nombramiento de ella (de la Villa de Santoña) fue Procurador General de la Villa en 1703 y 1710, Regidor en el año de 1706 y 1724 y Alcalde y Justicia Ordinaria en el año de 1739. Evidentemente, para haber podido desempeñar dichos cargos y el de Marino era necesario que fuera Hidalgo, lo cual quedó demostrado por los Padrones de 1695. Por los dichos padrones también quedaba demostrada la ascendencia hidalga de la madre de Felipe, pues su abuelo Francisco Pérez aparecía como tal en el padrón y según el Libro de Elecciones de Justicia y nombramiento de ella, fue Alcalde de la Santa Hermandad en 1685, 1686, 1691, 1692, 1693 y 1694

   Para concluir con su circunstancia familiar, diremos que tuvo, que sepamos, dos hermanos: Antonio y Nicolás, que también sirvieron en la Real Armada.


   El año de 1727 supone el primer hito de su vida, pues inicia su carrera naval como Ayudante de Piloto en la urca San Bernardo, a las órdenes de su padre, realizando distintos transportes entre diferentes puertos de la costa cantábrica, siendo su primer viaje el realizado entre Santander y el puerto de Pasajes. Esto fue hasta el año de 1728, que trasbordó al San Francisco Javier e hizo la ruta Santander - La Habana - Santander - Pasajes, para en 1729 transbordar al navío Santiago, con el que dio convoy al navío La Reina. 

   El siguiente año de 1730 lo mandan a Cartagena de Indias a bordo de la fragata Aránzazu, y estuvo haciendo en ese barco varias salidas hasta que a bordo del navío Constante lo despachan para Cádiz, en donde mientras permaneció tuvo distintos trasbordos y salidas para Ferrol, Nápoles, Liorna, Barcelona, Ceuta y otros puertos del Mediterráneo, regresando a Cádiz en el año de 1736. El anterior 23 de Marzo de 1733 es ascendido a Segundo Piloto, dándosele en Mayo destino en el paquebote San Diego, haciendo la campaña de Nápoles, regresando a Cádiz el año siguiente, y el 1 de Junio fue ascendido a Primer Piloto.

   Embarcó ese año para Veracruz a bordo del navío Incendio con azogues y de donde volvió acompañando a la flota del Jefe de Escuadra D. Manuel López, para en 1738 y a bordo del navío Europa, de la Escuadra de D. Benito Espínola, partir a América y pasando al navío San Juan, realizó la Aguada de Puerto Rico, Veracruz, La Habana, Cartagena de Indias y otros puertos de aquel continente. Luego de esta misión, volvió nuevamente al navío Europa, siendo destinado a los viajes de Guarda Costas de Tierra Firme, en América, suponiendo este paso el segundo hito de su carrera militar, pues se halló en los dos intentos de invasión realizados por el General inglés Vernon a Cartagena de Indias, sobre todo el que se produjo entre el 13 de Marzo y el 20 de Mayo de 1741, donde los españoles mataron directamente a más de nueve mil piratas británicos, hundieron bastantes de sus barcos y rindieron por hambre al resto de la flota británica, que hubo de retirarse, todo lo cual supuso la mas estrepitosa derrota naval británica conocida, pues los piratas de Su Graciosa Majestad intentaron la conquista de la ciudad con la mayor flota jamás vista hasta entonces: 186 naves, 2.620 piezas de artillería y 27.600 piratas británicos entre marinería e infantería.

   Más o menos la cosa pudo haber sido así:

   En Octubre del año de 1739 Inglaterra declara a España la guerra llamada de la “Oreja de Jenkins” y decide un plan por el cual va a intentar apoderarse de la ciudad a la cual confluyen la mayor parte de los tesoros y riquezas que de las colonias de Nueva España: Cartagena de Indias, en la actual Colombia, llave de aquel inmenso territorio, y de camino controlar de una manera definitiva el comercio en el mar Caribe. Esto se haría a la vez que las naves al mando del Comodoro Anson atacarían las costas del Pacífico Sur, donde había importantes colonias españolas y de esta manera destruir el Imperio Español en aquellas latitudes. Pero tenemos que esta operación en el Pacífico Sur les salió mal, pues resultó que los españoles no estaban durmiendo y al ser avistadas las naves de los piratas al mando de Anson cuando intentaban pasar por el Estrecho de Magallanes, fueron interceptados por las naves que bajo el mando de Don José Pizarro les estaban esperando para hundirlas y liquidar a todos los piratas británicos. De todas esas naves piratas solo una consiguió llegar a Inglaterra después de atravesar el Pacífico, el Índico y el Atlántico.

   La causa real de esta guerra no era otra que la rivalidad comercial entre España e Inglaterra para hacerse con el dominio de los mares y por tanto del comercio. Así, tenemos que el origen de la guerra estuvo en una circunstancia que se dio en 1738, en aguas cercanas a La Florida, entonces colonia española, cuando un barco español al mando del Guardacostas Don Juan León Fandiño, capturó un navío pirata que mandaba el Oficial de la Armada Británica Robert Jenkins, al cual el español le hizo cortar la oreja, se la lio en un paquetito y lo puso en libertad, con el siguiente encargo para su Rey: “Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Un poco irrespetuoso si que fue el mensaje, la verdad, ¿pero que otra cosa se le podía decir al Rey de los piratas?

   Bueno, para que dio aquel recadito. Aquello supuso que el pueblo se subiera por las paredes clamando venganza y un durísimo castigo a los “papistas”, de modo que el Parlamento, acatando la voluntad popular, declaró la guerra a España, presionado, aparte de por el pueblo, por los poderosos comerciantes de la ciudad de Londres, ávidos de nuevos territorios a los que esquilmar, saquear y esclavizar a sus habitantes

   Así pues, con estas ideas en mente, en 1739 se le encargó al Almirante Edward Vernon que iniciara los hostilidades, lo cual ocurrió en Noviembre de aquel año, cuando atacó la ciudad de Portobelo con seis buques, doscientos soldados y bastante suerte, tomándoles a los españoles 68 cañones y 4 morteros, a la vez que les inutilizaba a los españoles 80 cañones de hierro y les robó un mas que suculento botín.

   Esta victoria ensoberbeció sobremanera a Vernon, al cual se le suministró un material bélico como nunca antes se había visto, el cual estaba compuesto por lo siguiente:

- 8 grandes navíos de tres palos,

- 28 de línea,

- 12 fragatas de combate,

- 130 transportes,

- algunos brulotes,

- 9.000 hombres de desembarco,

- 2.000 negros macheteros jamaicanos,

- 15.000 marineros,

- y la escuadra angloamericana, compuesta por 2.763 marines, comandadas por Lawrence Washington, el hermano del Libertador de los futuros Estados Unidos de Norteamérica,

- más de 2.600 cañones.

   O sea, cerca de 30.000 hombres de guerra y una poderosa flota contra 20.000 habitantes, 1.100 soldados veteranos, 400 bisoños, 600 marineros, milicianos alrededor de 300 y sobre 600 efectivos compuestos por indios, negros y mulatos y todo esto defendido por tan solo 6 barcos. Según se dice era la mayor flota que se había formado hasta la fecha para la más importante batalla naval de la historia, solo superada por el desembarco de Normandía, cuando la Segunda Guerra Mundial.


   No por esta inferioridad numérica y armamentística se amilanaron los españoles, antes al contrario, pues haciendo gala del valor, la valentía, la constancia y la tozudez y dirigidos por hombres decididos a luchar hasta la muerte, plantaron cara a los piratas y, ¡vive Dios que sí! aniquilaron la arrogancia y soberbia inglesa.

   Estaban los españoles gobernados por el Virrey Don Sebastián de Eslava, el cual era Almirante de los Reales Ejércitos y con mucha experiencia militar y que tenía a su mando a un genio de la estrategia, de las armas, de la guerra, a un coloso entre héroes, a uno de esos individuos que no se detienen a refugiarse mientras llueven bombas si no que las atrapa con los dientes mientras avanza decidido a la conquista de los baluartes enemigos, al egregio guipuzcoano Don Blas de Lezo, el vencedor de Vernon. Un autentico lobo de mar que ya había participado en 22 batallas y expediciones navales, que había perdido un brazo, una pierna y un ojo y que seguía siendo el terror de los mares. Bajo su mando estaba nuestro Felipe, al cual se le asignó el mando del fuerte de San Pedro, y que tanto se destacó en la defensa de este y del Castillo de San Lázaro que por los méritos contraídos y el valor demostrado, se le ascendió el 23 de Marzo de 1741 -pocos días después de iniciados los combates- a Alférez de Navío.

   Los enfrentamientos empezaron el 13 de Marzo, a las nueve de la mañana y para el día 15 ya tenían los piratas desplegada su flota en plan de cerco, demostrándose la superioridad británica mediante acciones fáciles que les permitieron hacerse con facilidad con los alrededores de la ciudad fortificada, pero esto solo fue un espejismo, pues a pesar de los éxitos iniciales británicos, cuando estos intentaron hacerse con el Castillo de San Felipe la noche del 19 al 20 de Abril, sufrieron una estrepitosa derrota y perdieron a muchos hombres en la carnicería que con ellos hicieron los españoles. No sabían los piratas donde se metían, pues lo mejor de Cartagena de Indias eran sus defensas, ya que era la plaza mejor fortificada, y con diferencia, de toda América, donde la bahía que precedía al puerto era una más que peligrosa “…cazuela flanqueada de fortalezas artilladas y listas para achicharrar vivo al que se internase de matute en aquel desventurado brazo de mar…” Las fortalezas de San Felipe, San Luis, San Pedro y San Lázaro son testigos de ello, así como de que llevaban treinta y cinco días recibiendo cañonazos desde los barcos piratas.

   Esta derrota del Castillo de San Felipe, marcó un antes y un después en esta expedición, pues tras el castigo sufrido continuaron los piratas durante un mes merodeando por los alrededores de Cartagena sin objetivos claros, siendo presa del escorbuto y de la malaria, de la falta de provisiones y objetivo de las guerrillas que no dejaban ni un solo momento de presionarlos impidiéndoles sus suministros. A la vez, Blas de Lezo no de dejó de hostigar a cañonazo limpio a los barcos piratas, consiguiendo hundirles bastantes inutilizarles otro tanto -en total 50, más los que se hundieron en el camino de vuelta a Europa-, pues ordenó la fabricación de balas encadenadas, las cuales destrozaban todo el aparejo de los barcos. Así mismo fortificó las murallas con sacos de arena, de manera que los impactos de los cañonazos eran absorbidos por la arena y las piedras no dañaban a sus soldados.

   Al final, tras ser derrotada y humillada la soberbia británica por el pundonor, el honor, la valentía y la bravura de los españoles, volvieron los piratas a Inglaterra y en boca de John Pembroke, un inglés de Jamaica y testigo presencial de los sucesos, narra en el libro que escribió que la bahía de Cartagena era un cementerio de ingleses pudriéndose, dando una cifra elevada de muertos, incluyendo los soldados traídos de las colonias de América del Norte: 

   “…Siendo honestos perdimos a 18.000 hombres, muertos, y según un soldado español que capturamos, ellos solo perdieron 200… El Almirante español, con una sola pierna, ejerció un liderazgo excelente y su fuego mató a más de 9.000 de nuestros hombres y la fiebre mató un número parecido…Cuando vi el puerto de Cartagena, su superficie estaba cubierta con los cuerpos de nuestros hombres pudriéndose, y murieron tan rápidamente que nosotros no pudimos enterrarlos…De los agricultores pobres y débiles de nuestras colonias norteamericanas murieron cuatro de cada cinco…”

   Así mismo, el novelista escocés Tobias Smollet -que participó en esa expedición- la presenta en su novela Las aventuras de Roderick Random, como un terrible desastre inglés y a los Oficiales de la Royal Navy como unos consumados canallas. ¡Normal, que se puede esperar de piratas!

   La Batalla de Cartagena de Indias fue, junto a la de la Contraarmada de 1589, la peor derrota de la historia de la Armada Real Británica.

   Tras echar a pique los navíos piratas, Felipe, que el anterior 23 de Marzo había sido ascendido a Alférez de Navío, recibió el mando del fuerte de San Pedro Mártir cuando el asalto del castillo de San Lázaro, estando ahí hasta 1742, que siendo ya Oficial y habiendo pasado a La Habana se embarcó en el navío España, formando parte de la flota de D. Rodrigo de Torres, haciendo tres salidas a la Sonda de la Tortuga, hasta el año de 1747, que embarcado en el navío La Reina, de la Escuadra de D. Andrés Reggio, dio convoy hasta Cádiz a cuatro Regimientos.

   En 1748 se embarcó en la tartana francesa San Luis, para observar si en los alrededores de los cabos de San Vicente y Cantín había alguna Escuadra inglesa, por hallarse pronto el envío de los azogues para Veracruz.

   En el año de 1749, hallándose embarcado en el navío América, hizo un viaje a La Guaira, Cartagena de Indias y La Habana, tras el que regresó a Cádiz, habiendo hecho desde entonces y hasta 1756 distintos corsos y cruceros por el Cabo de San Vicente, Ferrol, Cartagena de Levante, y otros. Antes, el 28 de Octubre de 1751 fue ascendido a Teniente de Fragata y el 20 de Mayo de 1754 a Teniente de Navío.

   Ese año de 1756, embarcado en la fragata Hermiona fue a Veracruz con azogues y regresó a Cádiz, donde trasbordó al Castilla rumbo a Ceuta con la guarnición que había de relevar a la que allí estaba y partir acto seguido para Canarias a por caudales y otras comisiones.

   En el año de 1758 hizo distintos corsos y cruceros embarcado en el Poderoso, con la Escuadra de D. Andrés Reggio, hasta que habiendo trasbordado en el año 1759 al Guerrero, de la Escuadra de D. Juan José Navarro, pasó a Nápoles para conducir a España al Rey D. Carlos III.

   En el año de 1760 se le confió el mando de la fragata Arrogante para custodiar en Ferrol 18 navíos que se hallaban en aquella bahía, estando ejerciendo el mando hasta el año siguiente, que embarcado en el navío Dichoso, de la Escuadra de D. Luis de Córdova, hizo viaje a Cartagena de Indias transportando Tropas. Al llegar a dicho puerto, fue nombrado Capitán de Maestranza para la carena de los navíos que allí había, labor que realizó a satisfacción de los mandos superiores, labor que una vez concluida le permitió regresar a Cádiz el año de 1764 a bordo del navío Rayo, de la Escuadra de D. Juan José Navarro. Al llegar a Cádiz, lo primero que hace es, como tenía previsto, contraer matrimonio con Maria Josefa de Sarraoa y Valdés, hija de marino y, como el, de estirpe santoñesa, y con tuvo, que sepamos, tres hijos: Manuel, José y Maria Luisa, cuya hija Joaquina casó con Serafín de Sotto Abbach, tercer conde de Clonard e importante personaje del siglo XIX español.

   El año de 1765 y a bordo del navío Princesa pasó a Génova y de ahí a Nápoles para recoger y traer a España a la Reina Dª. Maria Amalia y su hija, regresando a Cádiz por Palermo.

   El siguiente 25 de Enero de 1766 le trae su ascenso a Capitán de Fragata y posteriormente, embarcado de 2º Comandante en el navío Firme, pasó a Veracruz con azogues, dándosele a su regreso a Cádiz el mando del navío, con el que hizo un corso al cabo de San Vicente para perseguir seis jabeques argelinos, los cuales avistó pero que perdió posteriormente de vista por la diferencia de andar, teniendo que entrar en Ferrol.

   En 1769 se le confirió el mando del navío San Lorenzo, con el cual transportó al puerto del Callao, Perú, tropas y pertrechos, después de haber tenido un accidentado viaje por las costas de Argentina, para una vez allí cambiar de barco, pasando con pliegos cerrados a la fragata Rosalía, de 26 cañones y el San Lorenzo, de 70 cañones, para realizar lo que supuso el tercer hito de su carrera, pues con por orden del Virrey del Perú fue a buscar la Isla de David, conocida hoy como Isla de Pascua.

   Esta expedición tenía por objeto averiguar si había tropas o colonias extranjeras en esas islas, o en la costa del sur de Chile, así como averiguar donde fondeaban u operaban naves francesas o inglesas que estorbaban el tráfico comercial entre Ecuador, Perú y Chile.

   También era objetivo de esta expedición la búsqueda y exploración de esa isla, levantar un plano y posesionarse de ellas para España en nombre del Rey Don Carlos III.

   Así, el 22 de Octubre, ascendido a Capitán de Navío, parte del puerto del Callao la expedición, y para seguir la derrota correcta hubo de hacer uso de más de cincuenta cartas marinas, pues la longitud en la que la isla se halla no estaba nada clara. No obstante, el 15 de Noviembre consiguen avistarla, pasando a bajearla, marcar su longitud y latitud correctas y hacer un riguroso inventario de todos sus puertos, ensenadas y caletas, averiguar la calidad de sus fondos, así como cartografiar la isla y averiguar que contiene, tanto en flora como fauna, así como si está habitada, que lo estaba y cuyos habitantes entablaron relación con los españoles, llegándose a recopilar el primer vocabulario español - rapanui, con ochenta y dos palabras y los primeros números diez números. Regalaron a los españoles plátanos, camotes y gallinas y estos a ellos ropas, sombreros y quincallería. Felipe había ordenado que se les tratara con la mejor de las cortesías y amabilidades.


   Se avistaron unos elementos de la isla que fueron identificados como árboles, pero estos resultaron ser estatuas de piedra y “…los árboles que les parecían pirámides son estatuas o imágenes de los ydolos que adoran estos naturales, son de piedra, tan elevados y corpulentos que parecen colunas mui gruesas, y según después aberigué, examiné y tomé su dimensión, son de una pieza todo el cuerpo…”Causó mucha admiración a los españoles que unas personas que carecían de maquinaria y herramientas adecuadas hubieran sido capaces de haber elevado esas gigantescas estatuas.

   Los naturales, que vivían en cuevas naturales o artificiales, excepto los que tenían la autoridad que lo hacían en cosas, invitaron a los españoles a visitar una casa “…que tenía 27 pasos de largo, de alto en el medio 2 ½ varas y 1 ¼ en las cabezas…En el medio había una puerta del alto de una vara, que estaba construida con seis palos del largo de 4 varas y un xeme de ancho…” Así mismo, vieron también “…plantaciones de caña dulce, platanares, camote, yuca, ñame, calabaza blanca y mates de los que en El Callao sirven para lastrar…”

   Según las anotaciones que hizo Felipe, los hombres estaban bien proporcionados, de buena talla y fuertes, y las mujeres mas bajas pero de aspecto más atractivo. Así mismo anota que llevaban el cuerpo pintado y como única ropa un taparrabos.

   La costa resultó ser bastante accidentada, con muchos arrecifes y roqueo, habiendo únicamente dos ensenadas aptas para echar en ancla los barcos, llamando a una “Ensenada de González” y a la otra “Ensenada de San Juan” El terreno resultó ser bastante árido y de escasa vegetación, con algunos pequeños arbustos formando bosquetes. También escaseaban los animales, pues de estos, los españoles solo dan fe de gallinas, ratones y aves marinas.

   Con todos estos datos, Felipe ordena el día 20 que un destacamento de doscientos cincuenta hombres se interne en la isla, reconozca el terreno, a la vez que otro grupo junto con los capellanes elevaron tres cruces en tres cerros para, en un ceremonia solemne proceder ante el Escribano Real tomar posesión de la isla para España en nombre de S. M. el Rey Don Carlos III. A la isla se le puso por nombre San Carlos.

   De ella se partió se partió el siguiente día en busca de otra isla llamada Nueva o de Luján, pero resultó que no existía, tras lo cual regresó a El Callao vía Chiloé, desde donde Felipe envió cartas al Secretario de Estado para las Indias y al Virrey Amat -al que le incluyó los planos levantados, los diarios y noticias más relevantes- notificándoles que la expedición había concluido con éxito, alcanzándose sin problemas los objetivos marcados. Acabó esta misión el 29 de Marzo de 1771, día en que atracaron en el puerto de El Callao.

   Tras esta misión partió a Cádiz con caudales, ciudad en la que el 4 de Julio de este año el Rey le concede el destino en Cádiz.

   Aparte de navegar, también realizaba Felipe otras tareas, como por ejemplo la que realizó en el año de 1775, la cual consistió en realizar labores de comparación entre barcos para ver las características de cada uno, lo cual hizo a bordo del navío San Miguel, que estuvo comparándolo con el San Eugenio y el Oriente, labor supervisada por D. Juan Cayetano de Lángara y Huarte, marino, militar, matemático y cartógrafo español que ejerció el cargo de Ministro de Marina y Director General de la Armada con el rey Carlos IV.

   Ya posteriormente tuvo en 1778 el mando del navío San Isidoro; en el 79 el mando del navío Serio, de 74 cañones, con el que realizó corsos y salidas con la Escuadra de D. Luis de Córdova, hallándose en línea en el combate del 20 de Octubre del 82 en el cabo de Espartel y fue tanto el daño que su barco recibió que a su vuelta a Cádiz se desarmó. Aparte de todos estos servicios, en los intermedios de desembarco realizó tareas como el servicio en Batallón, la Comisión de Vagos y otros.

   El 21 de Diciembre de 1782 es ascendido a Brigadier, pues pasó a situación de reserva, aunque dada su condición de militar, siempre que tenía que salir de Cádiz para la Corte debía solicitar permiso del Rey, como le ocurrió en Febrero de 1789, que tuvo que ir a Madrid por un asunto particular y pidió permiso, teniendo que renovarlo en Junio porque no lo pudo resolver en los cuatro meses anteriores. Ese mismo año es ascendido a Jefe de Escuadra y pasando a situación de segunda reserva, lo cual nos da una idea de la valía de este hombre, que con setenta y cinco años sigue ascendiendo en su carrera naval.

   Falleció en Cádiz el 26 de Octubre de 1802, siendo enterrado al siguiente día en esa misma ciudad.

Nota: El cuadro es Ataque británico en Bocachica - Defensa de Cartagena de Indias por Blas de Lezo. Pintado por Luis Fernández Gordillo. 1994.

Soldado Español
Málaga - 2019

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