25/08/18

CAPITÁN DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS. SOLDADO Y AVENTURERO. 4ª PARTE

   Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés escrita por el mismo Capitán

4ª Parte: de Goa a Madrid, lo que en el camino vivió y fin de la biografía

   Dispuestas mis cosas en Venecianos me fui a Raja, porque es un puerto en la India donde se fletan navíos para Persia. Estuve en el esperando dos meses y por los últimos de Abril salimos del, de donde vinimos a Ormuz y al Comorón, que como tengo dicho es un puerto en Persia, donde esperé cáfila que fuese a Ispam, que es la corte del Rey de Persia. Concerteme con un arriero, el cual me llevó hasta Lara, que es ocho días de camino de desierto, que no había agua más que cisternas en algunos parajes, y el sol era muy fuerte, con un viento que corría tan caliente que parecía salía del infierno, que en aquellas partes llaman Suri y nosotros Poniente.

   El trabajo del camino y la malicia del agua causó a los más de la cáfila calenturas, yo estuve muy malo en Lara y me sangré cuatro veces y hallándome mejor compré un caballo y en el quise alcanzar la cáfila que iba caminando delante. Iba algunas veces solo, porque un indio que llevaba conmigo me dejó y se fue con la cáfila. Iba con mucha seguridad y sin tener los naturales mejor pasaje que yo, porque en los mesones, que son hechos de limosnas y obras pías como entre nosotros los hospitales, son unos patios muy grandes con unos poyos levantados un estado, muy anchos y con sus portales que los cubren, con aposentos yermos como celdas para meter ropa.

   En esta parte y en Turquía cada uno lleva consigo su cama y su aderezo de guisar de comer, de suerte que en el camino no se compra más que el sustento, que el más cotidiano es arroz y alguna carne, lo que comen muy bien guisado. En llegando al mesón, en el persiano se llama caramuraca y en turco mancil, procuraba ocupar el mejor lugar, más aunque llegasen mercaderes muy cuantiosos y pasajeros de autoridad no por eso me quitaba del puesto que había ocupado ni ellos me decían que me quitase, antes solían reírse diciendo: “mira el franco como se ha acomodado”. Llaman franco a los que de Europa andan por aquellas partes, derivando este nombre de los franceses y otras naciones que pasaron con el duque Godofre de Bullón, que lo era de la Toringia, a la conquista de la Casa Santa de Jerusalén y así se conserva este nombre hoy.

   Dentro de los mesones grandes hay hombres que venden lo necesario de comida y cebada, pasando solo lo que vale y la posada es de limosna.

   En este viaje, antes de llegar a Jiras, que es una ciudad muy populosa que está ocho días de camino antes de Ispam, una tarde, unos mercaderes y yo, por el solo, nos quedamos atrás de la cáfila y llegamos a media noche adonde había parada, que era en unas vegas muy grandes sin haber dos leguas alrededor casa ninguna.

   Como nos apeamos, cada uno dejó su caballo atado y trabado; había junto un arroyo que tenía hierba y dejé suelto al mío para que paciese y en las vegas había algunas yeguas que andaban sueltas. El caballo fuese a ellas, por la mañana me recordaron y avisaron que mirase a mi caballo que andaba suelto tras las yeguas. Fui a cogerle, las yeguas huían, el con ellas y anduve hasta más de las dos de la tarde tras del sin poder cogerle y aunque di dineros a los arrieros de la cáfila tampoco le pudieron coger.

   Como estaba convaleciente de la enfermedad y en todo el día no me había desayunado y corriendo tras el caballo, las piernas se me hincharon, de manera que no me podía menear  y con el peso de mucha plata que llevaba ceñida al cuerpo desfallecí, cayéndome en el suelo donde estaban los mercaderes. En este punto se me saltaron las lágrimas de ver que no me podía menear, que mi caballo no le podía coger, que la cáfila se iba y que me había de quedar solo en aquel desierto donde sería posible me matasen o quitasen lo que tenía.

   Llegueme a un mercader de los de más consideración que iban en la cáfila y enternecido le dije: “Agá, que es lo mismo que Señor, tened lástima de mi”; habíame visto correr todo el día y en el estado que estaba  y moviéndose a piedad dijo a los arrieros que no se habían de partir hasta que hubiesen cogido el caballo del franco. Ellos repitieron que no habían de perder de hacer la jornada  y que ya algunos habían hecho la diligencia y que no le habían podido coger.

   El les estorbó que no cargasen dieciéndoles que no era bien que viniendo con ellos me dejasen en aquel campo y determináronse todos, pagándoselo yo muy bien, a cogérmele. Ataron muchas sogas unas con otras  y le cercaron y le cogieron, con que me ví más aliviado de mi trabajo. En esto se conoce que en ninguna parte es mejor la compañía del bueno que en el camino, cosa que en la ocasión presente me fue de tanta importancia.  Llegamos a Jiras y porque se había de detener allí la cáfila partí solo a Ispam. Era el camino muy continuado de gente y así pude llegar solo sin riesgo ninguno.

   En llegando, lo primero que hice fue irme a un convento de frailes agustinos que hay de portugueses. Había en el dos frailes que me conocieron en Arabia en compañía de Ruifreire. Como me vieron se alegraron y me forzaron a que me quedase en el convento el tiempo que estuviese que estar en Ispam, ansí lo hice, y a tres días llegado me dieron unas tercianas que me pusieron en mal estado. Dos meses estuve enfermo y hallándome mejor esperé cáfila que fuese para Babilonia, que era mi viaje. Concerteme con un arriero, porque no sabiendo lo que me podía durar la enfermedad vendí el caballo para evitar coste, muy contento de haber visto tan buena ciudad y de gente tan humana y llegados a la razón.

   Los últimos días estuve en un mesón a donde se juntaba la cáfila, porque el convento estaba lejos y por no perder ocasión el día que me quería ir hice cuenta con el huesped, porque en los lugares grandes se paga la posada, no es como en el camino. Paguele y al sacar el ato llegó otro compañero suyo y me pidió la posada. Díjele cómo la tenía pagada, sobre esto dimos algunas voces, llegose gente y entre ella un caballero que pasaba,  preguntó lo que era, dijéronle: “a este franco le pide la posada el mesonero y el dice que ya la tiene pagada a su compañero” Pareciéndole que era bellaquería del mesonero le dijo que se fuese y no me hablase palabra y me dejase ir mi camino.. Repitió el mesonero y volvió a decir que era conocida maldad suya, que un hombre de otra ley y de tan remotas partes no había de venir a Ispam a quitarle a el su dinero, cuanto más que mi ley me mandaba que no hurtase, que cómo me había dejar de ir sin pagar. ¡Oh, señal de hombre de tan notable y sencilla bondad y ajustado a su ley!, que aunque diferente y mala, lastima por tener entendido que aquella que profesa es buena.

   Salí de esta ciudad muy contento, porque es muy buena y grande. Compónese de tres ciudades, que son las otras dos, Ispam la Vieja y Julfa, que se va a ella por un puente de ladrillo muy notable que tiene portales y se puede ir por debajo como por encima por escaleras por dentro para bajar o con sus corredores o galerías a los lados del puente.

   Es Julfa toda de armenios cristianos, que guardan los ritos y estatutos de la Iglesia Alejandrina y Griega. Hay dos conventos, el uno es frailes de la Orden de San Basilio. Hay tres iglesias muy buenas, con muchos y muy buenos retablos de santos. Viven en su ley y libertad, sin opresión ni embarazo. Hay además de esto en Ispam tres conventos de frailes que guardan los preceptos y órdenes de la Iglesia Romana; el uno es de Agustinos portugueses que sustenta el Rey de España; otro de italianos que sustenta el Papa, que es de Carmelitas Descalzos; otro de Capuchinos franceses que sustenta el Rey de Francia.

   Es el común muy grande y el contrato, porque los persianos no tienen otra ganancia ni el Rey otra renta que la del comercio y por esto pueden pasar por su tierra de todas naciones como anden vestidos a su gusto. La ciudad es muy grande, tendrá una legua de travesía por cualquier parte; la fábrica de las casas es de tierra, sin arquitectura ninguna, y así son también las del Rey.

   La plaza es muy grande y espaciosa y en ella tiene más de veinte piezas, medios cañones, todos labrados en España y llevados de Ormuz, que allí sacó cuando la ganó y hoy los tiene por trofeo y señal de se grandeza, con todos sus letreros de los fundidores y Generales de la Artillería en cuyo tiempo se hicieron, con las armas reales, que yo vi y leí con harto dolor de mi corazón.

   Algunas veces el común es muy grande y quieto y seguro, porque el castigo pasa de justicia y entra en crueldad: en hurtando más que un abací, que es una moneda de plata que vale tres reales, le han de cortar un miembro y si llega a veinte, muere. Esto no es con largo ni descargo por los términos judiciales de España. Es tan sumariamente  que en jurando dos testigos luego se ejecuta la sentencia; si juran en falso pasan por la misma pena que pasó el ajusticiado y así es notable la seguridad que hay de las haciendas.

   El Rey no estaba allí en aquel tiempo, más dicen que es tan común que anda por las calles preguntando como se administra la justicia y los agravios que se hacen. Nada se vende a ojo, todo se mide y pesa, hasta la carne cocida en los mesones.

   Précianse mucho de la verdad y dicen que para ninguna cosa es bueno el no tratarla, porque el que no la usa aún no queda capaz de engañar otra vez. Son herejes en respecto de los turcos y de la Ley de Mahoma y por esto son tan opuestos a los turcos, que nunca hacel paces con ellos.

   No hacen estimación de la pedrería, diamantes, esmeraldas y rubíes, porque dicen que es gran necedad gastar tan gran cantidad de dinero en una piedra tan pequeña y que aprovecha para tan pocas cosas. Lo cierto es que no la estiman por ley hecha de ellos, porque el Mongol, uno de los poderosos reyes del Asia y que lo es de la India que confina con Persia y lindan los términos, su mayor riqueza son los diamantes y por no darle valor y que no le valgan a su Rey sacado los dineros de Persia y vendiendo a su enemigo y vecino su mercaduría, tienen dispuesto el que en Persia no tengan estimación ni las puedan traer.

   Las murallas de Ispam son de tierra con algunos cubos huecos a trechos. Está en 34º de altura de la parte del Norte. Esto es Ispam.

   La Persia, por a parte de Oriente, confina a lo largo con el Mongol, que es Rey de la India y le tiene tomadas algunas plazas al persiano; por Poniente confina con Asia y con Armenia; por la parte del Norte confina con la Tartaria y con el Mar Caspio; por el Sur confina con el Mar Persio y el Océano de la India. Su mayor latitud o altura del Polo es de 43º y su menor de 24º, de suerte que tiene de ancho 19º, que contados cada uno a 17 ½ leguas tendrá de ancho trescientas treinta y una leguas, contadas de la isla de Azores, que en las Terceras es 127º, su menor en noventa, que le queda de largo 37º, que son seiscientas treinta y siete leguas de largo. Advierto que los grados que cuento en la longitud son grados de cosmografía y no náuticos, porque los náuticos son mayores o menores si allegan al Oeste o Este, empezando por Norte Sur.

   Su figura es casi en paralelogramo, salvo que por la parte del Poniente se disminuye algo al fin del Mar Pérsico.

   Como he dicho, me partí con la cáfila a continuar mi viaje. Tardamos veintiocho días en llegar a Babilonia, que en turco se llama Bagadal, Con experiencia de la humanidad de la gente persiana, siempre me procuraba llegar a alguna persona de las de más lucimiento que iban en la cáfila y así lo hice en esta.

   Juntáronse unos mozos de la gente vagamunda que iba con nosotros, que en todas partes el mundo es uno, y empezáronme a dar vaya a voces y bando, continuando de suerte que yo me corrí y como lo conocieron lo continuaron con más eficacia. Yo me sentí de suerte que quise darles un escopetazo y llegose a mí un gentil de la India, deteniéndome que mirase lo que hacía, que me costaría la vida. Reporteme y procuré buscar la persona que me hacía merced, que era un mercader de buena presencia y de más consideración que iba allí y como pude le dije que no me querían dejar ir mi camino, diciéndome afrentas e injurias.

   Llegó con el caballo a mí y tomando del brazo diciéndome que se lo mostrase; yo le llevé a donde estaban y le preguntó al gentil que qué era lo que hacían conmigo. El gentil se lo contó, llamó a dos de ellos y díjoles: “¿Qué queréis? Porqué no dejáis ir a este franco en paz por su camino”. Respondiéronle que se iban holgando conmigo; díjoles: “¿porqué no os holgáis con los de vuestra nación?, en fin sois gente ruin y este franco que debe de ser mucho mejor que vosotros le vais persiguiendo”.

    Sintiéronse y el les dijo: “¿si tantas leguas de su tierra y de otra ley va con lucimiento, en su tierra como irá?, y vosotros que en la vuestra vais como bribones, en la suya ¿cómo iréis?” No sé que le replicó uno que levantó el azote con que daba al caballo y le dio dos azotazos por la cara y buscó al Capitán de la cáfila y le hizo que le echasen de ella y no fuese más con nosotros y nadie me dijo cosa de pesar y siempre que llegábamos a la parte que había de posar me hacía estuviese en su tienda o junto a ella porque no tuviese alguna inquietud. ¡Sea Dios alabado que todas las naciones hizo capaces de la razón! ¿Qué más podía hacer un buen cristiano con las obligaciones de hombre noble que hizo este mozo?

   En Babilonia, que es Asiria, me fui a un convento de Capuchinos que hay en ella, que son franceses, y en ella estuve tres días viendo aquella ciudad tan antigua y quebradero de cabeza de historiadores; cuan arruinada está, que apenas hay casa que cabalmente esté entera con ser tan grande, que me pareció que tendría de largo una legua grande.

   Esto causa los continuos sitios y baterías que le hacen turcos y persas, porque siempre andan peleando sobre ella y es el terreno de toda la guerra que ellos traen entre sí. En este tiempo era del Persa.

   Las casas son de ladrillo cocido, las murallas anchas y fuertes, de tierra sola. Con su foso baña los cimientos de las casas. El río Éufrates pásase por un puente de barcas, como Sevilla a Guadalquivir para ir a Triana. No vi en ella cosa notable ni tampoco lo pregunté, porque solo trataba de abreviar i viaje. Está Babilonia en 34º de altura de la parte del Norte, 190º de longitud.

   Mi viaje dispuse bien. Estaba un piloto, que son los que guían por el desierto, de partida para Alepo, que era donde yo había de ir a parar, que es la cabeza de Siria. Concerteme con el piloto en cincuenta reales de a ocho, yo y un francés que estaba esperando a hacer el mismo viaje. Compré un famoso caballo y prevíneme de lo necesario para pasar el desierto.

   Pocas veces se ha hecho tal determinación el pasar un hombre solo el desierto por estar lleno de ladrones y ser muy cierto el peligro. Muchas veces es bien dejarle la mayor parte a Dios y a la Fortuna, porque si todas las queremos guiar prudencialmente, el mucho querer asegurar y acertar las yerra. En esta parte lo dejé a Dios y El me puso en salvamento, porque si esperaba cáfila tardar mucho y en el desierto se suelen juntar compañías de Alárabes y romper la cáfilas, además que si la esperaba no hallara embarcación a tiempo y  fuera posible perder el viaje. Y aunque hubo estas comodidades, también el ir solo me puso a pique de perder la vida dos o tres veces, la una fue cerca de morir ahorcado.

   Salí de Babilonia, como he dicho, con el piloto y el francés, que era relojero y hugonote de la secta de Hugo y a mi natural tan opuesto, lo uno por la diversidad y oposición de la ley, lo otro porque era malísimo y mal inclinado. Sabía la lengua turca y entendíase con el piloto y así me hicieron algunos pesares en el camino.

   Salimos de Babilonia y caminamos cinco días por la provincia que llaman Mesopotamia, que está entre los ríos Tigris y Éufrates. Llegamos a una ciudad que se llama Ana, que está en la otra parte del río Tigris, orilla del, donde refrescamos y registramos lo que llevábamos ante el Gobernador de aquella ciudad, y por derecho llevó una de las mejores piezas que traíamos, que era del francés, tasose lo que valía y pagué la mitad.

   Volvimos a hacer matalotaje y en cuatro días, caminando siempre orillas del río Tigris, llegamos a otro lugar que estaba en una eminencia donde también refrescamos y nos volvimos a rehacer. Aquí nos apartamos del río y caminando cuatro días hasta llegar a otro lugar cercado. Aquí nos encerraron en una casa y reservando al francés pegó conmigo el Gobernador puesto por el Rey del desierto, diciendo que mi compañero era pobre, que yo era el que llevaba más, que le había de dar veinte reales de a ocho. Yo no llevaba conmigo más de treinta y seis y los veinticuatro los había escondido entre el lomo del caballo y la silla.

   Yo les respondí que no los tenía; diéronme algunas puñadas y echándome una soga al cuello decían que me habían de ahorcar y con un chuzo que tenían en las manos me amenazaba que me lo había de meter por la garganta. Yo les respondí que me mirasen y que me tomasen cuanto hallasen y así lo hicieron y hallaron doce reales de a ocho, que tomaron de buena gana. Luego procuré salir de aquel aprieto y pedí al piloto que nos fuésemos, y así se hizo.

   Caminamos tres días hasta llegar a Alepo, la mitad destos tres poblados, que en todos eran dieciséis. Caminamos de día y de noche y era muy poco lo que descansábamos. Paréceme que se andarían cada día de diez a doce leguas y que en todas serían doscientas.

   Entré con mucha nota en Alepo, que como había pasado solo el desierto con un piloto y venía bien puesto con un famoso vestido a lo persiano, un buen caballo y escopeta, se colegía ser algún hombre principal.

   Llevaba una letra de Ispam para los Carmelitas Descalzos de Alepo de ciento veintiocho reales de a ocho que luego me pagaron y conociendo que habían de hacer anatomía de mí, la metí por el pescuezo entre la camisa y la espalda.

   Luego que llegué a la casa del Campo, que es un mesón muy grande que se recoge la mayor parte de la nación francesa, vive el Cónsul y está el convento de los Carmelitas Descalzos, me rodearon muchos judíos y en castellano tan cortado como yo me dijeron que fuese bienvenido, que si tría alguna pedrería que lo registrase, porque si no la perdería, que eran aduaneros y que me habían de mirar y además de perderlo me habían de castigar y yo les respondí que no traía ninguna.

   Estos tenían arrendadas las rentes de las Aduanas y lleváronme ante el Cónsul de Francia, que era a quien tocaba. Miráronme hasta las partes más secretas y como no me hallaron cosa que les importase me enviaron a una hostería que está dentro de la misma casa.

   Quedaron confusos los turcos y judíos qué persona sería y así me lo preguntaron. Yo les dije que vivía en Lisboa y que por un caso que me había sucedido me había embarcado en las naos para la India, que era casado y tenía cuatro hijos, que mi mujer me había escrito que me fuese, que mi negocio estaba ya compuesto y que el Virrey no me había querido dar licencia  para que me viniese con las naos y que había tomado el camino de tierra socorriéndome un pariente para el viaje.

   Con todo no me dieron crédito, siempre sospechando de que era espía o alguna persona de importancia, diciendo que era necesario que lo supiese el Sultán. En fin, se decía que si lo sabía me darían tormento o me harían ahorcar. Estaba con este temor porque la guarda mayor de las Aduanas, que era un turco de consideración, había tomado mal que pasase el desierto solo con un piloto y que no trajese mercaduría ninguna trayendo tan buen hábito y decía que si no era mercader a que iba por allí.

   Hay en Alepo tres Cónsules, uno de ingleses, otro de venecianos: debajo de la protección del de los ingleses están todas las naciones septentrionales, del de Venecia todos los italianos: El de Francia tiene comprado al Gran Señor la merced que todas las naciones que vinieran a Alepo que no tuviesen allí Cónsul hayan de estar debajo del de Francia. Es el derecho de los Cónsules dos por ciento. Era agente o procurador del Cónsul de Francia un judío, el más grave que había en Alepo.

   En el tiempo que había estado detenido se había llegado a mi otro judío y trabado conversación conmigo. Había vivido en Madrid, era muy entendido y muy dado a toda humanidad, así de historias como de poesía, tenía muchos libros de comedia de Lope de Vega y de historias y en topándome solía hablar conmigo en esto algunas veces. Un día me dijo que mi negocio estaba de mala data porque la guarda mayor apretaba mucho y el me dijo que no temiese, “pecador de mi”, le respondí, “¿Cómo en un aprieto como este no he de temer?”; díljome “dando la vida por pasada”.

   Aquí confirmé el que me esperaba algún desdichado fin y así se lo dije, respondiome: “no sois vos muy sabio, porque el que lo es no se deja caer aunque adversidad lo quiera. Si queréis que haga algo por vos, yo lo haré”. Díjele lo mejor que supe que le debería la vida, que la ponía en sus manos; respondiome que si tenía dineros con facilidad se acabaría todo y yo le respondí que no los tenía y que eso me tenía con menos esperanza: “tenéis razón, que no hay cosa que más abata los espíritus que la pobreza. En fin, quedad con Dios, que yo pienso ser vuestro solicitador”

   Habló al judío que era agente del Cónsul y al Cónsul después delante de mi y díjoles que era caso de reputación y de menos valer que consintiese que se me hiciese ningún agravio ni que me viese el Sultán, porque era confesar jurisdicción sobre los suyos y consecuencia para que se hiciese cada día otro tanto con los que llegasen allí y aun con los de su misma nación y que correría la fama del poco amparo que en el tenían y faltaría el comercio.

   Sintió esto el Cónsul, y su procurador, que estaba presente, se conformó con el parecer del Rabí, que era Rabí el judío que me ayudaba. Dijo el Cónsul: “¿pues que orden tendremos para que este español se escape?”. Dijo el agente que el hablaría sobre el caso a la guarda mayor y que le daría a entender la razón y que también a el le estaba mal y que no queriendo revenir se defendería con todas veras que el lo defendería.

   Dijeron también que era necesario darle algo. A esto dije que me quedaban treinta reales de a ocho, que me daban por el caballo, que no tenía otra cosa hasta mi tierra y otros veinte reales de a ocho que me habían quedado. Dijéronme que le vendiese, vino el guarda otro día y litigose con el turco, en que hubo -sin parecerme artificio- voces en que se enojó. El judío agente era de los más entendidos hombres que he visto, y con su modo lo dispuso de suerte que el turco revino en el caso y el le dio veinte reales de a ocho por mi, que yo le di después, diciendo que entre mercaderes franceses de limosna se había de allegar.

   A todo esto se halló el Rabí presente, que también facilitó con sus razones y ruegos y queriéndose ir el turco le dijo que si había de durar la prisión y el le respondió que qué importaba, a que dijo el agente: “hay que nos hacer merced, dejarle sin pesadumbre que vea la ciudad y se huelgue” y dio orden al Capitán, que con una Compañía de jenízaros estaba de guarda al Cónsul, que me dejase salir e ir a donde fuese mi voluntad.

   Estuve determinado de darle la letra de ciento veintiocho reales de a ocho que había escapado, más los Carmelitas Descalzos que me los pagaron me dijeron que no lo supiese nadie que les venía aquella letra. Lo otro porque me la tomarían toda y se coligiría ser de más importancia y que había reservado algo escondido, de donde se tomaría motivo a que tuviese peor suceso y así la escapé y traspasé en otra letra en Marsella de Francia y con el demás dinero me avié para mi viaje.

   Di infinitas gracias a Dios por el buen suceso y a mi judío Rabí agradecí lo mejor que pude el beneficio que me hizo.

   Estuve en Alepo quince días, en los ocho vi la ciudad, que es muy buena y de buena arquitectura. En medio della supóngome en Lisboa. Hay un cerro redondo, en lo alto hay un buen castillo con su foso alrededor con agua, hay sus barrios de ingleses y de franceses y  italianos de mucho comercio, porque es escala donde paran los mercaderes de Europa y los de Asia, de que tiene el Gran Señor mucha renta. Está tres días de camino un puerto de mar donde surgen los navíos que es en Escanderona, y por otro nombre Alejandrita, que es en el último fin del mar Mediterráneo. Está por la parte del Norte en 36º.

   Hay en esta ciudad más de ochocientas casas de judíos que pagan grandes tributos porque les dejen vivir en su ley. Tienen su barrio aparte, los más son renteros de las rentas reales, la lengua común suya y casera entre ellos es castellana, la cual conservan desde que fueron echados de España y se derramaron por diversas partes del mundo y de los que llegaron a aquella parte de Siria son estos sus sucesores.

   Sus hijos envían a Europa, a Flandes y España, y Italia y Inglaterra y las Islas y así no se habla con ninguno que no sea de moderada consideración que no haya estado en estas partes muchos años y están tan ladinos y entendidos en ellas como los naturales de Lisboa. Había muchos y en siendo de mayor edad se retiran a Alepo y a otras partes donde tienen sus casas. El judío que me favoreció era tan sabio en la lengua castellana que en abundancia de vocablos y en estilo y lenguaje podía enseñar a muchos muy presumidos, repitiendo a cada paso muchos versos de los insignes poetas de España, como Góngora y Villamediana y otros.

   El tiempo que estuve en Alepo, que fue quince días, gastaba lo más en su conversación. Había vivido en Madrid, en la parroquia de San Sebastián y nombraba muchas personas de puesto que había conocido.

   Cuando hubo cáfila se me dio despacho para que me dejasen embarcar en Alejandrita y lo hice en un navío francés por diez reales de a ocho. Pasamos por junto a Chipre y Candía, que están casi en los 36º, y entre Malta y Candía un día antes de San Andrés y otro después nos dio tan gran tormenta cual no vi en mi vida y de más riesgo por no tener tierra donde correr a los lados, por estar de una y otra parte Grecia y África.

   Acotose el leme muy fuertemente, de suerte que el timón no obrase, cogieron todas las velas y dejose el navío que corriese a su voluntad a donde Dios le llevase y todos nos encomendamos a El. Con esta fortuna de piedra y granizo y temporales fuertes corrimos tres días, todos tres en oración y plegarias, al cabo dellos aplacó la tormenta y con buen viento pasamos por junto a Malta, dejando a Sicilia a mano derecha a vista de tierra.

   Junto a La Goleta nos quiso embestir una saetía y un navío grande, la saetía se halló más cerca de nosotros, era de moriscos, no se atrevió y veníanos siguiendo y llamando al navío grande con tiros que disparaba. Ya nos tenían entrambos al alcance y la saetía nos había ganado el barlovento cuando calmó el viento, de suerte que las velas se pegaban a los mástiles. Apercibímonos a la defensa, púsose en la plaza de armas sus jaretas o redes que la cubren y sus pavesadoras, repartiéronse las armas y puestos, recorriose la artillería y sacose a la plaza de armas pan y vino y queso, para que se comiese con abundancia.

   En este tiempo se desapareció el navío grande con la corriente del agua, que no se veía si no el tope y en breve espacio se perdió de vista de todo punto, quedose la saetía y no atreviéndose, esperando refrescase el viento, ella se fue y nosotros nuestro viaje, que costeando a Cerdeña llegamos con salvamento a Marsella de Francia, donde era el navío. Cobré mi letra que luego me pagaron y compré un vestido y un caballo y habiendo descansado ocho días me partí a Barcelona y de allí a Madrid.

      Presenteme ante S. M. en su Consejo de Portugal. Hablé al Rey y al conde de Olivares dos veces y respondiome que ya le había escrito al Consejo el Virrey que venía. Presenté los papeles de mis servicios y agravios que me había hecho, todos justificados en Goa y respondidos por él que yo guardaba cautamente una fe suya de ocho servicios particulares que había hecho por órdenes suyas; otra del Consejo de Estado de la India, sin otras de otras personas; otra fe de cómo no me había hecho en todos estos servicios merced ninguna, con que parece que el conde y el Consejo se dieron por satisfecho y a mi por disculpado.

   Estuve un año en Madrid descansando de tantos trabajos y de viajes tan prolijos, que duró casi sin descansar desde tres de Abril de 1629 hasta tres de Mayo de 1634, que fueron cinco años, habiéndome embarcado en este tiempo once veces y en ellas haber navegado diez mil leguas en servicio del Rey, sin mil setecientas que navegué cuando me vine, que no cuento, y entre esta embarcación de seis meses como el viaje de la India a Lisboa y las demás cuatrocientas y seiscientas leguas de golfo debajo de la tórrida zona, donde los calores son tan grandes y tantas diferencias de climas, que como la salud depende de ellos, también se muda.

   Pudiera alargarme mucho más en mi particular, más el hombre, ni en bien ni en mal, es bien que hable mucho de sí: lo que se de cierto con tanta experiencia que no sé más que al principio, y esto es evidencia, que pues no he sabido para mi, ¿qué puedo saber estando hoy más lleno de trabajos y con más necesidad y menos fuerza para poderlos buscar?

   La salvación se procure, que es lo propio, porque no lo es lo que por mucho que se tenga perderse puede, a Dios sean dadas las gracias de todo.

   Que por mi se puede decir, según tantos trabajos he pasado y peligros de la vida y al presente en más necesidad, que el día siguiente siempre es el peor.

                                                                                                                                   FIN

   Desde luego rico no sabemos si se haría, pero lo que si es seguro es que fue un hombre con una gran suerte, eso no lo duda nadie, porque ocasiones para perder la vida, y algunas de mala manera, tuvo varias. 

   ¡Y que no haya una gran película sobre su vida y hazañas

Soldado Español
Málaga - 2018

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