25/08/18

CAPITÁN DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS. SOLDADO Y AVENTURERO. 4ª PARTE

   Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés escrita por el mismo Capitán

4ª Parte: de Goa a Madrid, lo que en el camino vivió y fin de la biografía

   Dispuestas mis cosas en Venecianos me fui a Raja, porque es un puerto en la India donde se fletan navíos para Persia. Estuve en el esperando dos meses y por los últimos de Abril salimos del, de donde vinimos a Ormuz y al Comorón, que como tengo dicho es un puerto en Persia, donde esperé cáfila que fuese a Ispam, que es la corte del Rey de Persia. Concerteme con un arriero, el cual me llevó hasta Lara, que es ocho días de camino de desierto, que no había agua más que cisternas en algunos parajes, y el sol era muy fuerte, con un viento que corría tan caliente que parecía salía del infierno, que en aquellas partes llaman Suri y nosotros Poniente.

   El trabajo del camino y la malicia del agua causó a los más de la cáfila calenturas, yo estuve muy malo en Lara y me sangré cuatro veces y hallándome mejor compré un caballo y en el quise alcanzar la cáfila que iba caminando delante. Iba algunas veces solo, porque un indio que llevaba conmigo me dejó y se fue con la cáfila. Iba con mucha seguridad y sin tener los naturales mejor pasaje que yo, porque en los mesones, que son hechos de limosnas y obras pías como entre nosotros los hospitales, son unos patios muy grandes con unos poyos levantados un estado, muy anchos y con sus portales que los cubren, con aposentos yermos como celdas para meter ropa.

   En esta parte y en Turquía cada uno lleva consigo su cama y su aderezo de guisar de comer, de suerte que en el camino no se compra más que el sustento, que el más cotidiano es arroz y alguna carne, lo que comen muy bien guisado. En llegando al mesón, en el persiano se llama caramuraca y en turco mancil, procuraba ocupar el mejor lugar, más aunque llegasen mercaderes muy cuantiosos y pasajeros de autoridad no por eso me quitaba del puesto que había ocupado ni ellos me decían que me quitase, antes solían reírse diciendo: “mira el franco como se ha acomodado”. Llaman franco a los que de Europa andan por aquellas partes, derivando este nombre de los franceses y otras naciones que pasaron con el duque Godofre de Bullón, que lo era de la Toringia, a la conquista de la Casa Santa de Jerusalén y así se conserva este nombre hoy.

   Dentro de los mesones grandes hay hombres que venden lo necesario de comida y cebada, pasando solo lo que vale y la posada es de limosna.

   En este viaje, antes de llegar a Jiras, que es una ciudad muy populosa que está ocho días de camino antes de Ispam, una tarde, unos mercaderes y yo, por el solo, nos quedamos atrás de la cáfila y llegamos a media noche adonde había parada, que era en unas vegas muy grandes sin haber dos leguas alrededor casa ninguna.

   Como nos apeamos, cada uno dejó su caballo atado y trabado; había junto un arroyo que tenía hierba y dejé suelto al mío para que paciese y en las vegas había algunas yeguas que andaban sueltas. El caballo fuese a ellas, por la mañana me recordaron y avisaron que mirase a mi caballo que andaba suelto tras las yeguas. Fui a cogerle, las yeguas huían, el con ellas y anduve hasta más de las dos de la tarde tras del sin poder cogerle y aunque di dineros a los arrieros de la cáfila tampoco le pudieron coger.

   Como estaba convaleciente de la enfermedad y en todo el día no me había desayunado y corriendo tras el caballo, las piernas se me hincharon, de manera que no me podía menear  y con el peso de mucha plata que llevaba ceñida al cuerpo desfallecí, cayéndome en el suelo donde estaban los mercaderes. En este punto se me saltaron las lágrimas de ver que no me podía menear, que mi caballo no le podía coger, que la cáfila se iba y que me había de quedar solo en aquel desierto donde sería posible me matasen o quitasen lo que tenía.

   Llegueme a un mercader de los de más consideración que iban en la cáfila y enternecido le dije: “Agá, que es lo mismo que Señor, tened lástima de mi”; habíame visto correr todo el día y en el estado que estaba  y moviéndose a piedad dijo a los arrieros que no se habían de partir hasta que hubiesen cogido el caballo del franco. Ellos repitieron que no habían de perder de hacer la jornada  y que ya algunos habían hecho la diligencia y que no le habían podido coger.

   El les estorbó que no cargasen dieciéndoles que no era bien que viniendo con ellos me dejasen en aquel campo y determináronse todos, pagándoselo yo muy bien, a cogérmele. Ataron muchas sogas unas con otras  y le cercaron y le cogieron, con que me ví más aliviado de mi trabajo. En esto se conoce que en ninguna parte es mejor la compañía del bueno que en el camino, cosa que en la ocasión presente me fue de tanta importancia.  Llegamos a Jiras y porque se había de detener allí la cáfila partí solo a Ispam. Era el camino muy continuado de gente y así pude llegar solo sin riesgo ninguno.

   En llegando, lo primero que hice fue irme a un convento de frailes agustinos que hay de portugueses. Había en el dos frailes que me conocieron en Arabia en compañía de Ruifreire. Como me vieron se alegraron y me forzaron a que me quedase en el convento el tiempo que estuviese que estar en Ispam, ansí lo hice, y a tres días llegado me dieron unas tercianas que me pusieron en mal estado. Dos meses estuve enfermo y hallándome mejor esperé cáfila que fuese para Babilonia, que era mi viaje. Concerteme con un arriero, porque no sabiendo lo que me podía durar la enfermedad vendí el caballo para evitar coste, muy contento de haber visto tan buena ciudad y de gente tan humana y llegados a la razón.

   Los últimos días estuve en un mesón a donde se juntaba la cáfila, porque el convento estaba lejos y por no perder ocasión el día que me quería ir hice cuenta con el huesped, porque en los lugares grandes se paga la posada, no es como en el camino. Paguele y al sacar el ato llegó otro compañero suyo y me pidió la posada. Díjele cómo la tenía pagada, sobre esto dimos algunas voces, llegose gente y entre ella un caballero que pasaba,  preguntó lo que era, dijéronle: “a este franco le pide la posada el mesonero y el dice que ya la tiene pagada a su compañero” Pareciéndole que era bellaquería del mesonero le dijo que se fuese y no me hablase palabra y me dejase ir mi camino.. Repitió el mesonero y volvió a decir que era conocida maldad suya, que un hombre de otra ley y de tan remotas partes no había de venir a Ispam a quitarle a el su dinero, cuanto más que mi ley me mandaba que no hurtase, que cómo me había dejar de ir sin pagar. ¡Oh, señal de hombre de tan notable y sencilla bondad y ajustado a su ley!, que aunque diferente y mala, lastima por tener entendido que aquella que profesa es buena.

   Salí de esta ciudad muy contento, porque es muy buena y grande. Compónese de tres ciudades, que son las otras dos, Ispam la Vieja y Julfa, que se va a ella por un puente de ladrillo muy notable que tiene portales y se puede ir por debajo como por encima por escaleras por dentro para bajar o con sus corredores o galerías a los lados del puente.

   Es Julfa toda de armenios cristianos, que guardan los ritos y estatutos de la Iglesia Alejandrina y Griega. Hay dos conventos, el uno es frailes de la Orden de San Basilio. Hay tres iglesias muy buenas, con muchos y muy buenos retablos de santos. Viven en su ley y libertad, sin opresión ni embarazo. Hay además de esto en Ispam tres conventos de frailes que guardan los preceptos y órdenes de la Iglesia Romana; el uno es de Agustinos portugueses que sustenta el Rey de España; otro de italianos que sustenta el Papa, que es de Carmelitas Descalzos; otro de Capuchinos franceses que sustenta el Rey de Francia.

   Es el común muy grande y el contrato, porque los persianos no tienen otra ganancia ni el Rey otra renta que la del comercio y por esto pueden pasar por su tierra de todas naciones como anden vestidos a su gusto. La ciudad es muy grande, tendrá una legua de travesía por cualquier parte; la fábrica de las casas es de tierra, sin arquitectura ninguna, y así son también las del Rey.

   La plaza es muy grande y espaciosa y en ella tiene más de veinte piezas, medios cañones, todos labrados en España y llevados de Ormuz, que allí sacó cuando la ganó y hoy los tiene por trofeo y señal de se grandeza, con todos sus letreros de los fundidores y Generales de la Artillería en cuyo tiempo se hicieron, con las armas reales, que yo vi y leí con harto dolor de mi corazón.

   Algunas veces el común es muy grande y quieto y seguro, porque el castigo pasa de justicia y entra en crueldad: en hurtando más que un abací, que es una moneda de plata que vale tres reales, le han de cortar un miembro y si llega a veinte, muere. Esto no es con largo ni descargo por los términos judiciales de España. Es tan sumariamente  que en jurando dos testigos luego se ejecuta la sentencia; si juran en falso pasan por la misma pena que pasó el ajusticiado y así es notable la seguridad que hay de las haciendas.

   El Rey no estaba allí en aquel tiempo, más dicen que es tan común que anda por las calles preguntando como se administra la justicia y los agravios que se hacen. Nada se vende a ojo, todo se mide y pesa, hasta la carne cocida en los mesones.

   Précianse mucho de la verdad y dicen que para ninguna cosa es bueno el no tratarla, porque el que no la usa aún no queda capaz de engañar otra vez. Son herejes en respecto de los turcos y de la Ley de Mahoma y por esto son tan opuestos a los turcos, que nunca hacel paces con ellos.

   No hacen estimación de la pedrería, diamantes, esmeraldas y rubíes, porque dicen que es gran necedad gastar tan gran cantidad de dinero en una piedra tan pequeña y que aprovecha para tan pocas cosas. Lo cierto es que no la estiman por ley hecha de ellos, porque el Mongol, uno de los poderosos reyes del Asia y que lo es de la India que confina con Persia y lindan los términos, su mayor riqueza son los diamantes y por no darle valor y que no le valgan a su Rey sacado los dineros de Persia y vendiendo a su enemigo y vecino su mercaduría, tienen dispuesto el que en Persia no tengan estimación ni las puedan traer.

   Las murallas de Ispam son de tierra con algunos cubos huecos a trechos. Está en 34º de altura de la parte del Norte. Esto es Ispam.

   La Persia, por a parte de Oriente, confina a lo largo con el Mongol, que es Rey de la India y le tiene tomadas algunas plazas al persiano; por Poniente confina con Asia y con Armenia; por la parte del Norte confina con la Tartaria y con el Mar Caspio; por el Sur confina con el Mar Persio y el Océano de la India. Su mayor latitud o altura del Polo es de 43º y su menor de 24º, de suerte que tiene de ancho 19º, que contados cada uno a 17 ½ leguas tendrá de ancho trescientas treinta y una leguas, contadas de la isla de Azores, que en las Terceras es 127º, su menor en noventa, que le queda de largo 37º, que son seiscientas treinta y siete leguas de largo. Advierto que los grados que cuento en la longitud son grados de cosmografía y no náuticos, porque los náuticos son mayores o menores si allegan al Oeste o Este, empezando por Norte Sur.

   Su figura es casi en paralelogramo, salvo que por la parte del Poniente se disminuye algo al fin del Mar Pérsico.

   Como he dicho, me partí con la cáfila a continuar mi viaje. Tardamos veintiocho días en llegar a Babilonia, que en turco se llama Bagadal, Con experiencia de la humanidad de la gente persiana, siempre me procuraba llegar a alguna persona de las de más lucimiento que iban en la cáfila y así lo hice en esta.

   Juntáronse unos mozos de la gente vagamunda que iba con nosotros, que en todas partes el mundo es uno, y empezáronme a dar vaya a voces y bando, continuando de suerte que yo me corrí y como lo conocieron lo continuaron con más eficacia. Yo me sentí de suerte que quise darles un escopetazo y llegose a mí un gentil de la India, deteniéndome que mirase lo que hacía, que me costaría la vida. Reporteme y procuré buscar la persona que me hacía merced, que era un mercader de buena presencia y de más consideración que iba allí y como pude le dije que no me querían dejar ir mi camino, diciéndome afrentas e injurias.

   Llegó con el caballo a mí y tomando del brazo diciéndome que se lo mostrase; yo le llevé a donde estaban y le preguntó al gentil que qué era lo que hacían conmigo. El gentil se lo contó, llamó a dos de ellos y díjoles: “¿Qué queréis? Porqué no dejáis ir a este franco en paz por su camino”. Respondiéronle que se iban holgando conmigo; díjoles: “¿porqué no os holgáis con los de vuestra nación?, en fin sois gente ruin y este franco que debe de ser mucho mejor que vosotros le vais persiguiendo”.

    Sintiéronse y el les dijo: “¿si tantas leguas de su tierra y de otra ley va con lucimiento, en su tierra como irá?, y vosotros que en la vuestra vais como bribones, en la suya ¿cómo iréis?” No sé que le replicó uno que levantó el azote con que daba al caballo y le dio dos azotazos por la cara y buscó al Capitán de la cáfila y le hizo que le echasen de ella y no fuese más con nosotros y nadie me dijo cosa de pesar y siempre que llegábamos a la parte que había de posar me hacía estuviese en su tienda o junto a ella porque no tuviese alguna inquietud. ¡Sea Dios alabado que todas las naciones hizo capaces de la razón! ¿Qué más podía hacer un buen cristiano con las obligaciones de hombre noble que hizo este mozo?

   En Babilonia, que es Asiria, me fui a un convento de Capuchinos que hay en ella, que son franceses, y en ella estuve tres días viendo aquella ciudad tan antigua y quebradero de cabeza de historiadores; cuan arruinada está, que apenas hay casa que cabalmente esté entera con ser tan grande, que me pareció que tendría de largo una legua grande.

   Esto causa los continuos sitios y baterías que le hacen turcos y persas, porque siempre andan peleando sobre ella y es el terreno de toda la guerra que ellos traen entre sí. En este tiempo era del Persa.

   Las casas son de ladrillo cocido, las murallas anchas y fuertes, de tierra sola. Con su foso baña los cimientos de las casas. El río Éufrates pásase por un puente de barcas, como Sevilla a Guadalquivir para ir a Triana. No vi en ella cosa notable ni tampoco lo pregunté, porque solo trataba de abreviar i viaje. Está Babilonia en 34º de altura de la parte del Norte, 190º de longitud.

   Mi viaje dispuse bien. Estaba un piloto, que son los que guían por el desierto, de partida para Alepo, que era donde yo había de ir a parar, que es la cabeza de Siria. Concerteme con el piloto en cincuenta reales de a ocho, yo y un francés que estaba esperando a hacer el mismo viaje. Compré un famoso caballo y prevíneme de lo necesario para pasar el desierto.

   Pocas veces se ha hecho tal determinación el pasar un hombre solo el desierto por estar lleno de ladrones y ser muy cierto el peligro. Muchas veces es bien dejarle la mayor parte a Dios y a la Fortuna, porque si todas las queremos guiar prudencialmente, el mucho querer asegurar y acertar las yerra. En esta parte lo dejé a Dios y El me puso en salvamento, porque si esperaba cáfila tardar mucho y en el desierto se suelen juntar compañías de Alárabes y romper la cáfilas, además que si la esperaba no hallara embarcación a tiempo y  fuera posible perder el viaje. Y aunque hubo estas comodidades, también el ir solo me puso a pique de perder la vida dos o tres veces, la una fue cerca de morir ahorcado.

   Salí de Babilonia, como he dicho, con el piloto y el francés, que era relojero y hugonote de la secta de Hugo y a mi natural tan opuesto, lo uno por la diversidad y oposición de la ley, lo otro porque era malísimo y mal inclinado. Sabía la lengua turca y entendíase con el piloto y así me hicieron algunos pesares en el camino.

   Salimos de Babilonia y caminamos cinco días por la provincia que llaman Mesopotamia, que está entre los ríos Tigris y Éufrates. Llegamos a una ciudad que se llama Ana, que está en la otra parte del río Tigris, orilla del, donde refrescamos y registramos lo que llevábamos ante el Gobernador de aquella ciudad, y por derecho llevó una de las mejores piezas que traíamos, que era del francés, tasose lo que valía y pagué la mitad.

   Volvimos a hacer matalotaje y en cuatro días, caminando siempre orillas del río Tigris, llegamos a otro lugar que estaba en una eminencia donde también refrescamos y nos volvimos a rehacer. Aquí nos apartamos del río y caminando cuatro días hasta llegar a otro lugar cercado. Aquí nos encerraron en una casa y reservando al francés pegó conmigo el Gobernador puesto por el Rey del desierto, diciendo que mi compañero era pobre, que yo era el que llevaba más, que le había de dar veinte reales de a ocho. Yo no llevaba conmigo más de treinta y seis y los veinticuatro los había escondido entre el lomo del caballo y la silla.

   Yo les respondí que no los tenía; diéronme algunas puñadas y echándome una soga al cuello decían que me habían de ahorcar y con un chuzo que tenían en las manos me amenazaba que me lo había de meter por la garganta. Yo les respondí que me mirasen y que me tomasen cuanto hallasen y así lo hicieron y hallaron doce reales de a ocho, que tomaron de buena gana. Luego procuré salir de aquel aprieto y pedí al piloto que nos fuésemos, y así se hizo.

   Caminamos tres días hasta llegar a Alepo, la mitad destos tres poblados, que en todos eran dieciséis. Caminamos de día y de noche y era muy poco lo que descansábamos. Paréceme que se andarían cada día de diez a doce leguas y que en todas serían doscientas.

   Entré con mucha nota en Alepo, que como había pasado solo el desierto con un piloto y venía bien puesto con un famoso vestido a lo persiano, un buen caballo y escopeta, se colegía ser algún hombre principal.

   Llevaba una letra de Ispam para los Carmelitas Descalzos de Alepo de ciento veintiocho reales de a ocho que luego me pagaron y conociendo que habían de hacer anatomía de mí, la metí por el pescuezo entre la camisa y la espalda.

   Luego que llegué a la casa del Campo, que es un mesón muy grande que se recoge la mayor parte de la nación francesa, vive el Cónsul y está el convento de los Carmelitas Descalzos, me rodearon muchos judíos y en castellano tan cortado como yo me dijeron que fuese bienvenido, que si tría alguna pedrería que lo registrase, porque si no la perdería, que eran aduaneros y que me habían de mirar y además de perderlo me habían de castigar y yo les respondí que no traía ninguna.

   Estos tenían arrendadas las rentes de las Aduanas y lleváronme ante el Cónsul de Francia, que era a quien tocaba. Miráronme hasta las partes más secretas y como no me hallaron cosa que les importase me enviaron a una hostería que está dentro de la misma casa.

   Quedaron confusos los turcos y judíos qué persona sería y así me lo preguntaron. Yo les dije que vivía en Lisboa y que por un caso que me había sucedido me había embarcado en las naos para la India, que era casado y tenía cuatro hijos, que mi mujer me había escrito que me fuese, que mi negocio estaba ya compuesto y que el Virrey no me había querido dar licencia  para que me viniese con las naos y que había tomado el camino de tierra socorriéndome un pariente para el viaje.

   Con todo no me dieron crédito, siempre sospechando de que era espía o alguna persona de importancia, diciendo que era necesario que lo supiese el Sultán. En fin, se decía que si lo sabía me darían tormento o me harían ahorcar. Estaba con este temor porque la guarda mayor de las Aduanas, que era un turco de consideración, había tomado mal que pasase el desierto solo con un piloto y que no trajese mercaduría ninguna trayendo tan buen hábito y decía que si no era mercader a que iba por allí.

   Hay en Alepo tres Cónsules, uno de ingleses, otro de venecianos: debajo de la protección del de los ingleses están todas las naciones septentrionales, del de Venecia todos los italianos: El de Francia tiene comprado al Gran Señor la merced que todas las naciones que vinieran a Alepo que no tuviesen allí Cónsul hayan de estar debajo del de Francia. Es el derecho de los Cónsules dos por ciento. Era agente o procurador del Cónsul de Francia un judío, el más grave que había en Alepo.

   En el tiempo que había estado detenido se había llegado a mi otro judío y trabado conversación conmigo. Había vivido en Madrid, era muy entendido y muy dado a toda humanidad, así de historias como de poesía, tenía muchos libros de comedia de Lope de Vega y de historias y en topándome solía hablar conmigo en esto algunas veces. Un día me dijo que mi negocio estaba de mala data porque la guarda mayor apretaba mucho y el me dijo que no temiese, “pecador de mi”, le respondí, “¿Cómo en un aprieto como este no he de temer?”; díljome “dando la vida por pasada”.

   Aquí confirmé el que me esperaba algún desdichado fin y así se lo dije, respondiome: “no sois vos muy sabio, porque el que lo es no se deja caer aunque adversidad lo quiera. Si queréis que haga algo por vos, yo lo haré”. Díjele lo mejor que supe que le debería la vida, que la ponía en sus manos; respondiome que si tenía dineros con facilidad se acabaría todo y yo le respondí que no los tenía y que eso me tenía con menos esperanza: “tenéis razón, que no hay cosa que más abata los espíritus que la pobreza. En fin, quedad con Dios, que yo pienso ser vuestro solicitador”

   Habló al judío que era agente del Cónsul y al Cónsul después delante de mi y díjoles que era caso de reputación y de menos valer que consintiese que se me hiciese ningún agravio ni que me viese el Sultán, porque era confesar jurisdicción sobre los suyos y consecuencia para que se hiciese cada día otro tanto con los que llegasen allí y aun con los de su misma nación y que correría la fama del poco amparo que en el tenían y faltaría el comercio.

   Sintió esto el Cónsul, y su procurador, que estaba presente, se conformó con el parecer del Rabí, que era Rabí el judío que me ayudaba. Dijo el Cónsul: “¿pues que orden tendremos para que este español se escape?”. Dijo el agente que el hablaría sobre el caso a la guarda mayor y que le daría a entender la razón y que también a el le estaba mal y que no queriendo revenir se defendería con todas veras que el lo defendería.

   Dijeron también que era necesario darle algo. A esto dije que me quedaban treinta reales de a ocho, que me daban por el caballo, que no tenía otra cosa hasta mi tierra y otros veinte reales de a ocho que me habían quedado. Dijéronme que le vendiese, vino el guarda otro día y litigose con el turco, en que hubo -sin parecerme artificio- voces en que se enojó. El judío agente era de los más entendidos hombres que he visto, y con su modo lo dispuso de suerte que el turco revino en el caso y el le dio veinte reales de a ocho por mi, que yo le di después, diciendo que entre mercaderes franceses de limosna se había de allegar.

   A todo esto se halló el Rabí presente, que también facilitó con sus razones y ruegos y queriéndose ir el turco le dijo que si había de durar la prisión y el le respondió que qué importaba, a que dijo el agente: “hay que nos hacer merced, dejarle sin pesadumbre que vea la ciudad y se huelgue” y dio orden al Capitán, que con una Compañía de jenízaros estaba de guarda al Cónsul, que me dejase salir e ir a donde fuese mi voluntad.

   Estuve determinado de darle la letra de ciento veintiocho reales de a ocho que había escapado, más los Carmelitas Descalzos que me los pagaron me dijeron que no lo supiese nadie que les venía aquella letra. Lo otro porque me la tomarían toda y se coligiría ser de más importancia y que había reservado algo escondido, de donde se tomaría motivo a que tuviese peor suceso y así la escapé y traspasé en otra letra en Marsella de Francia y con el demás dinero me avié para mi viaje.

   Di infinitas gracias a Dios por el buen suceso y a mi judío Rabí agradecí lo mejor que pude el beneficio que me hizo.

   Estuve en Alepo quince días, en los ocho vi la ciudad, que es muy buena y de buena arquitectura. En medio della supóngome en Lisboa. Hay un cerro redondo, en lo alto hay un buen castillo con su foso alrededor con agua, hay sus barrios de ingleses y de franceses y  italianos de mucho comercio, porque es escala donde paran los mercaderes de Europa y los de Asia, de que tiene el Gran Señor mucha renta. Está tres días de camino un puerto de mar donde surgen los navíos que es en Escanderona, y por otro nombre Alejandrita, que es en el último fin del mar Mediterráneo. Está por la parte del Norte en 36º.

   Hay en esta ciudad más de ochocientas casas de judíos que pagan grandes tributos porque les dejen vivir en su ley. Tienen su barrio aparte, los más son renteros de las rentas reales, la lengua común suya y casera entre ellos es castellana, la cual conservan desde que fueron echados de España y se derramaron por diversas partes del mundo y de los que llegaron a aquella parte de Siria son estos sus sucesores.

   Sus hijos envían a Europa, a Flandes y España, y Italia y Inglaterra y las Islas y así no se habla con ninguno que no sea de moderada consideración que no haya estado en estas partes muchos años y están tan ladinos y entendidos en ellas como los naturales de Lisboa. Había muchos y en siendo de mayor edad se retiran a Alepo y a otras partes donde tienen sus casas. El judío que me favoreció era tan sabio en la lengua castellana que en abundancia de vocablos y en estilo y lenguaje podía enseñar a muchos muy presumidos, repitiendo a cada paso muchos versos de los insignes poetas de España, como Góngora y Villamediana y otros.

   El tiempo que estuve en Alepo, que fue quince días, gastaba lo más en su conversación. Había vivido en Madrid, en la parroquia de San Sebastián y nombraba muchas personas de puesto que había conocido.

   Cuando hubo cáfila se me dio despacho para que me dejasen embarcar en Alejandrita y lo hice en un navío francés por diez reales de a ocho. Pasamos por junto a Chipre y Candía, que están casi en los 36º, y entre Malta y Candía un día antes de San Andrés y otro después nos dio tan gran tormenta cual no vi en mi vida y de más riesgo por no tener tierra donde correr a los lados, por estar de una y otra parte Grecia y África.

   Acotose el leme muy fuertemente, de suerte que el timón no obrase, cogieron todas las velas y dejose el navío que corriese a su voluntad a donde Dios le llevase y todos nos encomendamos a El. Con esta fortuna de piedra y granizo y temporales fuertes corrimos tres días, todos tres en oración y plegarias, al cabo dellos aplacó la tormenta y con buen viento pasamos por junto a Malta, dejando a Sicilia a mano derecha a vista de tierra.

   Junto a La Goleta nos quiso embestir una saetía y un navío grande, la saetía se halló más cerca de nosotros, era de moriscos, no se atrevió y veníanos siguiendo y llamando al navío grande con tiros que disparaba. Ya nos tenían entrambos al alcance y la saetía nos había ganado el barlovento cuando calmó el viento, de suerte que las velas se pegaban a los mástiles. Apercibímonos a la defensa, púsose en la plaza de armas sus jaretas o redes que la cubren y sus pavesadoras, repartiéronse las armas y puestos, recorriose la artillería y sacose a la plaza de armas pan y vino y queso, para que se comiese con abundancia.

   En este tiempo se desapareció el navío grande con la corriente del agua, que no se veía si no el tope y en breve espacio se perdió de vista de todo punto, quedose la saetía y no atreviéndose, esperando refrescase el viento, ella se fue y nosotros nuestro viaje, que costeando a Cerdeña llegamos con salvamento a Marsella de Francia, donde era el navío. Cobré mi letra que luego me pagaron y compré un vestido y un caballo y habiendo descansado ocho días me partí a Barcelona y de allí a Madrid.

      Presenteme ante S. M. en su Consejo de Portugal. Hablé al Rey y al conde de Olivares dos veces y respondiome que ya le había escrito al Consejo el Virrey que venía. Presenté los papeles de mis servicios y agravios que me había hecho, todos justificados en Goa y respondidos por él que yo guardaba cautamente una fe suya de ocho servicios particulares que había hecho por órdenes suyas; otra del Consejo de Estado de la India, sin otras de otras personas; otra fe de cómo no me había hecho en todos estos servicios merced ninguna, con que parece que el conde y el Consejo se dieron por satisfecho y a mi por disculpado.

   Estuve un año en Madrid descansando de tantos trabajos y de viajes tan prolijos, que duró casi sin descansar desde tres de Abril de 1629 hasta tres de Mayo de 1634, que fueron cinco años, habiéndome embarcado en este tiempo once veces y en ellas haber navegado diez mil leguas en servicio del Rey, sin mil setecientas que navegué cuando me vine, que no cuento, y entre esta embarcación de seis meses como el viaje de la India a Lisboa y las demás cuatrocientas y seiscientas leguas de golfo debajo de la tórrida zona, donde los calores son tan grandes y tantas diferencias de climas, que como la salud depende de ellos, también se muda.

   Pudiera alargarme mucho más en mi particular, más el hombre, ni en bien ni en mal, es bien que hable mucho de sí: lo que se de cierto con tanta experiencia que no sé más que al principio, y esto es evidencia, que pues no he sabido para mi, ¿qué puedo saber estando hoy más lleno de trabajos y con más necesidad y menos fuerza para poderlos buscar?

   La salvación se procure, que es lo propio, porque no lo es lo que por mucho que se tenga perderse puede, a Dios sean dadas las gracias de todo.

   Que por mi se puede decir, según tantos trabajos he pasado y peligros de la vida y al presente en más necesidad, que el día siguiente siempre es el peor.

                                                                                                                                   FIN

   Desde luego rico no sabemos si se haría, pero lo que si es seguro es que fue un hombre con una gran suerte, eso no lo duda nadie, porque ocasiones para perder la vida, y algunas de mala manera, tuvo varias. 

   ¡Y que no haya una gran película sobre su vida y hazañas

Soldado Español
Málaga - 2018

24/08/18

CAPITÁN DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS. SOLDADO Y AVENTURERO. 3ª PARTE

   Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés escrita por el mismo Capitán
                                              
Tercera Parte: la Jornada de Goa

   A los quince días de desembarcar me envió el Virrey a visitar todas las fortalezas que hay en la India a la parte del norte de Astapio, que son Dío, Chaul, Vazain y Damón, sin los fuertes que hay de menor consideración. Para hacer la visita me embarqué en una armada que iba a correr aquella costa. Visité todos todas las fortalezas según la orden que llevaba y volví por tierra hasta Chaul y desde allí me embarqué para Goa de vuelta. Desde Dío hasta , Goa habrá ciento veinte leguas.

   Es Dío muy nombrado en las historias portuguesas por los grandes sitios que han puesto y asaltos que han dado en ella y la notable defensa que han hecho los portugueses, y también por su conquista. Es isla y está en el Reino de Cambaya, sujeto al Mongol, y aunque he visto muchas fortalezas inexpugnables, lo es esta muchísimo, así por arte como por naturaleza, porque está fundada en unas peñas a las cuales bate la mar y es su figura la que llaman los geómetras porción de círculo mayor o segmento mayor, cuya base de esta circunferencia es una pequeña línea recta.

   El terreno que cerca este mar tiene sus murallas y la línea recta que corta este pedazo de circunferencia que mira a la villa tiene tres baluartes fundados sobre peñas grandes, espaciosos por dentro, en forma de cubos, sin ángulo alguno, con foso y entrada encubierta y al final de la villa hay otros tres baluartes que están en el altura inferior a los de dentro, que los cogen de alto abajo. A los de afuera, que también tienen su foso y entrada cubierta, que perdiendo los primeros se retiran a los segundos, teniendo a los de abajo no solo a tiro de arcabuz si no a tiro de flecha. La materia de que están labrados es de piedra  y el terreno lo es también y por eso incapaz de minas ni de abrir trincheras sin descubrirse.

   De allí vine a Damón y a Vazain y a Chaul, que todas tres ciudades la mayor defensa y fortificación que tienen es sus murallas con su baluarte, los más defectuosos por tener las defensas condenadas y por la materia de que están formadas, de mala condición.

   Vazain es muy fuerte por naturaleza, porque todo el sitio alrededor de las murallas lo inunda la marea, dejando en seco un estrecho que tiene veinte pasos; Chaul tiene un morro, y en el una fortificación que guarda la barra; Damón otro castillo que también la guarda. Todo lo demás no es de mucha consideración. En esta parte, entre Vazain y Chaul, hay una isla que se llama Carauja, que también tocó el visitarla. En ella hay un monte a la orilla de la mar, a lo largo, que parece que la naturaleza le puso allí para que la detuviese. Tendrá una legua de subida y en lo alto hace un llano, en el cual está una ermita muy bien edificada, con su viviendo y huerto para el ermitaño y casas accesorias para que posen los que van a visitar aquella santa imagen, que se llama la Virgen de Carauja. Subí a verla y fue tanto lo que edificó la devoción de la imagen, la conversación del ermitaño, la soledad del lugar, la vista del que era más de veinte leguas a la mar, que quise quedarme allí.

   Desnudándome de lo que traía y vistiendo un saco, después de hecha oración, hablé al ermitaño en un huerto que tenía curioso con muchas aves de vuelo que se venían a la mano. Díjele cuan bien me había parecido aquella santa imagen y en la parte en que estaba y que si pudiera me quedara por su criado. Respondiome: “hijo, esos son impulsos que trae consigo la facilidad de la vista. No los repruebo porque no proponen enmienda y es castigo de Dios no conocer nuestros males. Veintisiete años ha que me retiré a este sitio y aun entiendo que no los conozco, y aunque he pasado algunas aflicciones no me ha pesado. Diversos casos y trabajos de que Dios me libró me obligaron a procurar esta vida, que si la podéis observar, no será errada elección, y para vos es ahora el tiempo más sazonado y si esperáis a viejo es ya tarde, porque el que en mal estado envejece primero muere que se enmienda.

   Alguna dificultad tiene opuesta al vivir en el siglo, porque en el procurar los hombres ser más discretos que buenos y aquí al contrario, más buenos que discretos. El no tenerlo por uso es lo que más lo dificultad, que mucho menos trabajo hay en vivir bien que mal. La soledad, la penitencia, toda es uso que no tiene tomado por costumbre, escalones más ásperos que los deleites que allá con tantos trabajos deseáis, que unos y otros por naturaleza siempre andan juntos.

   Ya que con muy poco trabajo se tiene deleite en servir a Dios, id con El y en los casos que os sucedieren acordaos de esta santa imagen y encomendaos a ella, que yo os prometo en mis oraciones acordarme de vos y que me habéis parecido de buena inclinación.”

   A estas razones se quería ir y aunque le supliqué que se estuviese un poco conmigo no quiso. Volvile a pedir que de paso me dijese alguna cosa de que en el mundo me aprovechase; volvió a mi y me respondió: “no se qué os diga, porque es tanta la variedad y en un día son tantas las mudanzas, que lo que se debe desear o tomar no se sabe. Para mejor acertar tened a Dios por objeto en todas vuestras cosas, usando en todo la verdad que no hay más firme cosa. Si queréis tener vida quieta refrenad vuestra ira, porque palabras arrojadas de presto no se pueden recoger; teniendo en vuestros negocios cuidad y solicitud, porque no tienen precio; contentaos con moderación, no siendo muy ambicioso de honra, porque como la sombra que huye de quien más la busca y muchas veces buscándola más se pierde, mirando al fin de cualquiera cosa que es la mejor parte de ella: y con esto andad con Dios, que no se otra cosa que deciros”

   Tornando a mi viaje, volví a Goa. En este inter de mi ausencia había tratado el Virrey de tomar una isla que está cuarenta leguas de Goa, a la parte del Sur, junto a Cananes, que se llama el Cambulin. Habíala perdido el enemigo y quería volverla a recuperar, teniendo  dificultad la resistencia y así como llegué me dio orden de que en una embarcación ligera me partieses. Como llegué reconocí los puertos y entradas y salidas: no tenía más de una en seco de todo punto, que hacía una ría a la mar. Fortificamos aquel puesto y escogimos otros donde poder hacer una buena fortaleza que fuese de defensa y sujetasen a los que vivían en la isla. Hubo algunos asomos de querer embestir el enemigo; no hubo cosa de importancia y yo dispuse de que se hiciese la fortaleza en el puesto que pareció más a propósito y el Virrey envió luego orden de que me volviese a Goa.

   Traía el Virrey muchos deseos y no se si hubo algún empeño con S. M. sobre la recuperación de Ormuz, plaza tan nombrada en el estrecho de Persia y que ha dado en que entender a la nación portuguesa y a los persianos y naciones septentrionales. Consultome su designio, que era necesario que luego me partiese a Arabia la Feliz, que es la contracosta de Persia, que en Mascate, plaza en aquella parte, estaba Ruifreire de Andrada, Capitán General de aquella costa, y que con el consultaría el reconocimiento de aquella plaza y como mejor se pudiese recuperar. Y en esta conformidad me dio la orden muy apretada y me encargó el cuidado de este servicio por escrito y de palabra, con notable eficacia, que hoy tengo la orden en mi poder.

   Es de entender que en la India los vientos causan las mudanzas, como en Europa el sol, porque ellos causan el invierno y el verano. No se entiende por verano la mas continua presencia del sol, ni por invierno su ausencia, más el llover es el invierno y el verano estar el cielo sin nubes, siendo así que cuando llueve el sol es más dilatada su presencia y se llega al zenit de aquella parte. 

   Más por el mes de Mayo, el veinticuatro o treinta entra el invierno, que es un viento Oeste que trae gran cantidad de nubes y agua que dura lloviendo de hasta el mes de Setiembre y en el tiempo que hay desde Mayo a Setiembre se cierran todas las barras y puertos y no se puede navegar, y este es invierno, y no obstante que el sol sube más alto y hace mayor cerco.

   Luego entra el viento Nordeste desde Setiembre hasta el mes de Mayo, no hay una nube en el cielo, pues este viento las quita todas y está claro, y las barras están abiertas y el mar se navega, este llaman verano, no obstante que el sol hace menor arco y se aparta más del.

   Pues cuando el Virrey me mandaba ir a esta jornada era por el mes de Febrero y mi viaje eran cuatrocientas cincuenta leguas que hay hasta Mascate y haciendo los servicios que iba a hacer, que era también visitar todas las plazas de Arabia la Feliz, había de estar allí en invierno y no podía volver hasta el mes de Octubre, que se podía navegar el mar con seguridad, pues para nueve meses de mi ausencia y servicio de tanta consideración y navegar más de mil leguas, me hizo merced de mandar se me diesen tres meses adelantados de lo que se me estaba debiendo de los nueve meses, con que diese una fianza en el camino, que si me moría o me mataban había de volver el sueldo de los tres meses.

   Parece esto de poca importancia en mi, mas en cumplimiento de lo que tengo dicho atrás, que por mucho que sirviese mi sueldo había de ser el premio. Así consta por dos fes, la una suya de ocho servicios particulares que por orden suya por escrito hice y otra del primero de Estado, en que certifica que por todos ocho ni por el tiempo que serví se me hizo merced ninguna, siendo así que hay reconocimiento en que mataron cuatro de diez que íbamos y otros hirieron. En esta parte parece superfluo el decir esto, vínose la pelota a las manos y es vicio callar cuando hablar conviene. Si yo fuera cuerdo no me pagara de los trabajos  que consigo traía el conseguir riquezas, hiciera mi confianza segura no estando a la cortesía de otro

   En fin, me partí para Arabia sin cosa notable que nos sucediese. Llegamos a Mascate, bese las manos al General y luego me mandó aposentar. Dile la orden que traía, trató luego de que fuese su camarada y lo fui nueve meses. Recibí del beneficios de consideración, sin el plato de su mesa, comida y cena. En el tiempo que asistí cerca de su persona me dio de dádivas más de seiscientos reales de a ocho.

   Era uno de los soldados más bien entendidos que había en la India. Tenía larga noticia y experiencia en las cosas de aquellas partes. Cuanto al gobierno, su razón era más política que cristiana, muy sagaz y astuto, no daba orden a sus Capitanes que no fuese con variedad de sentido en la significación de la orden, de suerte que al bien y al mal dejaba siempre una aldaba de que asirse. Era  esto en manera que sus Capitanes tenían las órdenes y muchas veces pedían declaración dellas. Con su modo de gobierno le estimaban su gente, sus enemigos le temían. En la ocasión tenía más de cruel que de piadoso.

   Aunque había en su ejército y navío muchos caballeros con ninguno comunicaba familiarmente, ni comía con el más que yo y su confesor. Tenía opinión de que el temor hacía más bien las cosas que el amor, pues decía que el temor traía consigo miedo y respeto y el amor facilidad y que de estos dos extremos el temor era el mejor para conseguir cosas de trabajo y dificultoso. Fundábalo en que ninguno tenía tanto amor que sobrepujase al propio y que siempre antepone su particular primero.

   Era enterísimo. Solía decir que cualquiera virtud o licor por precioso que fuese, echado en el vaso de la felicidad se corrompía y que no tenía lucimiento ninguno. Hacía particular estudio en el disimular, tanto, que lo que parecía que amaba aborrecía y lo que aborrecía amaba. Procuraba no darse por entendido de muchas cosas y a este propósito solía decir que el superior que todo lo quiere saber mucho se obliga a perdonar, queriendo que sus órdenes tuviesen tal observación que no faltase un átomo de lo que mandaba.

   Envió unos navíos a quemar unos lugares persianos y mandó que no salvasen ni perdonasen la vida a persona ni criatura ninguna. Iba entre estos Capitanes un Capitán Lacarin, que llaman lascares los soldados persianos que sirven al sueldo de nuestro Rey; de este se favoreció una mujer persiana de hermoso parecer y el la perdonó la vida y trájola consigo. Súpolo Ruifreire y convidole a comer y preguntándole si era verdad que tenía consigo aquella persiana y si la había traído consigo de la ocasión a que le había enviado. Había el presente muchos testigos delante y pareciole que había de ser convencido, dijo que si, volviole a preguntar que si sabía la orden que le había dado que se la repitiese. Así lo hizo y como se hubo convencido dejole acabar de comer  y luego le mandó llevar a la proa y un negro en ella, sin remisión ninguna le cortó la cabeza por castigo de no haber guardado su orden.

   Era muy cortés, ningún soldado le había de hablar que no le oyese en pie o le hiciese sentar. Decía que la cortesía era muy necesaria en la guerra y lo que más valía y menos costaba. Por extremo casto, porque jamás se le conoció cosa ninguna que diese asomo de nota. Era liberal en materia de dinero, no tenía interés; ninguno salía desconsolado de su petición y por esto, cuando murió, aun no le quedó para cumplir su testamento.

   No tenía por felicidad el cumplimiento de su palabra; en satisfacción de esto decía que menos daño había en no cumplir la palabra que en hacer cosa fea. No tenía ningún amigo íntimo, tenía casi una misma igualdad, observaba esta orden por no tener ocasión de comunicar sus cosas más secretas a nadie, pues decía que los que más fácilmente pueden destruir a otros son los que más familiar conversación con ellos tuvieron.

   Trabajaba con su persona muy poco, con el entendimiento muchísimo y solía decir que el ejercicio corporal por si era de poco provecho. No recibía presentes ni dádivas de nadie, aunque fuera muy poco, pues decía que cualquier cosa en un ánimo humano causaba desigualdad. Tenía por base y fundamento de sus cosas el desear acertar y por uso de ellas obrar con consideración y decía que era de más importancia que el pensar con prudencia.
Era muy sentencioso en lo que hablaba y esto y mucho más que no me acuerdo hay del. Era su Consejero y con quien gastaba mucho tiempo Cornelio Tácito.

   He dicho de este General estos pocos renglones porque de los que he conocido el tiempo que he servido al Rey era el que tenía más enseñanza y daba más admiracón en el modo de gobernar.

   De Mascate fuimos cincuenta leguas más abajo a una tierra que se llama Julusar, que los más de ella son pescadores de perla. Cerca de ella hicimos, a la boca de un río, un fuerte de cuatro medios baluartes y se le metió artillería. Estando en esta parte se tomó acuerdo en la manera en que había que reconocer a Ormuz, que estaba enfrente de nosotros dieciséis leguas y después de muchos modos que se propusieron se tuvo por más acertado el que Ruifreire enviase un presente al Capitán que gobernaba a Ormuz, en correspondencia por cierta cosa que había por Ruifreire hecho, y a esto fueron dos navíos y yo fui en el uno.

   Como llegamos a la vista de la fortaleza, pusimos una banderilla blanca y echamos un arabio en tierra que fuese delante, mandándonos acercar y que desembarcase el presente. Yo salté en el barco en que iba, que llegamos en dos veces, y retirándonos con el barco y acercándonos a tierra. Después de esto rodeamos la fortaleza para surgir de la otra parte en el tanto que nos daban respuesta. Se tardó bien dos horas durante las que reconocí a mi voluntad la fortaleza, el sitio de ella, su forma y fortificación y lo más dificultoso que podía resistir su recuperación.

   Es Ormuz una isla que está 28º de altura de la parte del Norte, metida en el Mar Pérsico, dos leguas de la tierra firme de la costa de Persia, enfrente de un puerto en la misma Persia, que llaman el Comoron. Su forma es casi circular, su circunferencia será dos leguas de Levante a Poniente, corre casi la costa de Persia.

   Por el Poniente tiene el mar que pasa en Bácora y en el entran los ríos Tígero y Ufrate; por el Oriente el mar que desemboca en el mar océano; por Norte a Persia; por Sur al mismo mar pérsico, por lo ancho que se determina en la costa contrapuesta, que es Arabia la Feliz, que dista de la misma isla dieciséis leguas. Tiene algunas montarivelas ásperas de sal, sin árbol ninguno más que algunos espinos. Es tan estéril que aun agua no tiene, que la traen de Persia en barcos y la cogen en la isla, llovediza, en cisternas. Tiene tanto nombre porque era y es una escala o feria donde venían muchos navíos y mercaderes, unos de la India, otros de las Arabias y Siria y, en fin, de toda Asia y parte de Europa a contratar.

   El primero que la ganó fue Alonso de Albuquerque al Rey de Ormuz, que lo era de esta isla y de otras que tenía en las costas de Persia y de Arabia la Feliz. Hizo en una punta de ella, donde tenía un pozo algo espacioso para poder surgir, un castillo con cuatro baluartes de ángulo agudo con su falsa braga; las tres cortinas van a parar a la mar y la otra tiene un foso con su cuchillo, puerta o inclusas por donde entra la marea y la hinche de agua, con una contraescarpa bien labrada a la parte del Norte hasta la isla y junto al castillo la ciudad a menos que tiro de arcabuz.

   Como las naciones septentrionales pasasen la línea y tuviesen comercio con Persia y la India y aquella plaza y las armadas que allí habían de la nación portuguesa les servía de estorbo y también a los persianos los derechos que perdían de su Aduana, se conformaron en que los ingleses por la mar y el persiano ocupando la isla sitiasen la plaza. Así lo hicieron y la ganaron.

   En este tiempo que yo pasé se trataba de su recuperación y sobre ella fue enviarme allí el Virrey, que dejando guarnecidas las costas de Arabia y las plazas más importantes con el resto de la Armada, viniese a la India y yo en su compañía. Salimos de Mascate, atravesamos el estrecho hasta tomar la coste de Persia y costeándola por el agua del y del Sindo, por donde entra en el mar por siete partes el río Indo, fuimos a Dio y costeando la India Cecurate, que es en Cambaya, puerto de la naciones septentrionales y a Goa, sería la navegación de la vuelta seiscientas cincuenta leguas.

   En este tiempo estaba el Virrey para ir a la parte del sur con una grande armada que había prevenido y comunicadas las cosas con Ruifreire, le mandó que fuese a visitar las fortalezas del Norte y yo en su compañía; llegamos a Chaul y porque la orden del Virrey que llevaba Ruifreire era condicional, en que le limitaba algunas cosas, no quiso ponerla en ejecución y sin que tuviese efecto el se fue a su estrecho de Persia y yo volvía a Goa, a donde estuve aquel invierno.

   A la salida de el, llegó nueva de que en la costa de África se había perdido una isla de portugueses llamada Bombaca, levantándose con ello los naturales y un castillo que tiene muy bueno, matando al Capitán de el y a los soldados que le defendían y a todos los portugueses que había en la isla, destruyendo un convento que había de la orden de San Agustín y martirizándoles. Tratose de volver a recuperarla y aprestose una Armada de dieciséis navíos pequeños y una galera, donde iban ochocientos portugueses con los pertrechos y bastimentos necesarios para la jornada y por General Don Francisco de Mora, Capitán que al presente lo era de Goa.

   En treinta y uno de Diciembre llegamos a Bombaca, como he dicho, es en la costa de África en 4 ½ º de altura del Polo Antártico, en una isla que está en la tierra firme, de suerte que la costa de ella, que está al mar océano, y la de tierra firme es casi toda una línea, que es Sursueste, y fórmanla un río que viene de tierra firme y se diviade antes de llegar al mar en dos y con aquella división entra en la mar y la tierra que queda en medio de los ríos y del mar es isla.

   Es muy amena de árboles, como lo son todas las tierras debajo de la equinoccial por la demasiada humedad que en aquellas partes hay por estar siempre lloviendo el tiempo que es verano.

   Entraron los navíos por la barra más segura de peligro, que en la otra estaba la fortaleza. Estuvo el Capitán General en ella surto ocho días haciendo fagina y cestones y esperando a un rey de negros, que con cantidad de ellos habían de venir a ayudarnos. En el ínter, el enemigo se previno, de suerte que se hizo invencible. 

   Reconociéronse algunos puestos en que se escogió el que pareció más conveniente, y al querer desembarcar en el era el mar tan llena y tan brava que los bateles no podían llegar por ser todo peñas. Por esto y ser sentidos, fuimos a otro donde saltó en tierra la gente y en un llano se formó un escuadrón de hasta trescientos hombres, porque los demás estaba embistiendo por otra parte por que no estorbasen el desembarcar. 

   Hízose luego una fortificación o reducto de tierra y fagina y como esto se hace cavando y con trabajo y la nación portuguesa en aquellas partes no está enseñada a este modo de guerra, se le hacía muy mal y así no se hizo con perfección. Guarneciose los trabajos con algunas piezas pequeñas y la gente se acuarteló dentro.

   De este puesto se quiso el General mejorar a otro más cerca de la fortaleza, que ocuparon unos Capitanes. Mandome que le fuese a reconocer y pareciome bueno, y así se lo dije al General, aunque peligroso, porque era en medio de la isla y lo necesario de la gente había de venir de los navíos y era necesario gran cuidado y mucha escolta para que viniese seguro. Con todo me volvió a mandar qué quería, que volviese allá y procurase se fortificase lo mejor que fuese posible. 

   Así se hizo en una tarde, ya digo, que no con la perfección que acostumbra la nación castellana en Flandes y en otras partes porque esto se hace a puro trabajo personal y los portugueses en aquella parte lo remiten todo a pelear y al valor, no dejando nada a la industria, porque lo tienen por defecto, además que no guardan los preceptos de las órdenes con la puntualidad que requiere la guerra, teniéndose cada uno por tan bueno en todo como el que gobierna y esto causa muchas veces malos efectos y oposiciones, disminuyéndose el acierto de lo que se pretende conseguir, sin entender que con la conformidad lo poco crece y sin ella lo mucho se hace nada y que corre evidente peligro lo que orden no tiene. Por esto en la India los soldados de Ruifreire son entre los otros de más estimación, como entre nosotros los de Flandes, por la obediencia que tienen y el castigo que se les sigue al que no los guarda.

   Esto dio ocasión en este sitio a notables desgracias, porque otro día siguiente quiso el General ir a ver el puesto en el estado en que estaba. Llevó consigo los caballos más lucidos que había en el Ejército, una Compañía de arcabuceros, sin muchos que fueron sueltos, que serían cerca de cien soldados, dejándome a mi gobernando lo restante del Ejército, que quedaba con orden que no saliese nadie de allí sin la suya hasta que avisase.

   Había en el puesto una casa vieja que estaba fortificada. Luego que llegó arrimaron las armas y los soldados se desparramaron, divirtiéndose en árboles frutales que hay y el General se subió a un árbol para descubrir y ver la fortaleza y la isla. Había emboscaje alrededor, que era una emboscada de negros. 

   Como conocieron la ocasión, de tropel  embistieron disparando muchas flechas. Los soldados primero que se juntaron y volvieron a tomar las armas y ponerse en defensa, el General con ellos, y mataron algunos. Encerráronse en la casa vieja y allí murieron defendiéndose Don Diego de Lima, Juan Álvarez de Mora, el Capitán Pedro Álvarez de Castelbranco, el Capitán Juan de Fonseca.

A Don Rodrigo de Acosta hirieron, sin otros soldados de menor nombre que mataron o fueron heridos.

   Oyose este ruido en los cuarteles donde estábamos por la respuesta de algunos arcabuces y entendí que el General peleaba y así, contra toda buena orden de milicia, desguarneciendo el puesto y las banderas y artillería y contra la orden sin tener aviso cierto, entresaqué alguna gente y con dos Capitanes y con ellos Don Fernando de Noroña, hijo del Virrey, le socorrí y llegué a tiempo del mayor aprieto en que estaba la gente: El enemigo, viendo el socorro, se retiró y los nuestros se mejoraron. 

   Era tanto el temor y deseo que tenían de volver al cuartel, que algunos muertos se echaron en un pozo que había junto a la casa donde sucedió.

   En fin, se retiraron con los cuerpos muertos de los más principales, que fueron cuatro, sin el Capitán Fonseca que cayó, retirándose, muerto a mis pies de un flechazo en la cabeza. Era la ponzoña de las flechas tan fuerte y vehemente, que en cualquier parte del cuerpo en que tocase, si no le chupaban luego o le cortasen con brevedad la carne donde estaba, penetraba de manera hasta el corazón, que en breve espacio no duraba una hora y el que más duraba caía muerto. Al General le tocaron siete heridas, todas mortales, en la cabeza y brazos, más tuvo tal suerte, que un mozo le chupó la ponzoña de las heridas y vino a sanar de ellas y el mozo murió de la ponzoña que chupó.

   Fue luego fuerza nombrar persona que sirviese el ínter que el General sanaba. Estaba el Ejército tan otro del que allí había desembarcado dos días había que era extremo opuesto al valor que habían mostrado: tímidos, descoloridos, tristes, mirando al suelo, cabizbajos, el que hablaba todo era en el modo como mejor se podía volver a los navíos, que la gente, poca, menos el bastimento, proseguir aquella empresa que con lo florido del ejército no se había conseguido ningún buen suceso estando en sus primeros alientos, que al presente, cuando estaba menoscabado y como en lo último, no se podría acabar cosa de consideración que todo yerros.

   Al cabo de quince días, cuando esperaban estar en la fortaleza, el General con siete heridas, la flor del ejército muerta, que para no consumirse todo mejor era volverse, formaban corrillos sobre el caso, sucediendo lo que se podía esperar según el estado presente.

   Juntáronse los Capitanes y con ellos el hijo del Virrey. Yo no me hallé presente, porque solo servía con un arcabuz. Votose sobre quien había de gobernar en el ínter que el General estaba para ello. Había Almirante, que era Pedro Botello y otros Capitanes bien entendidos y al cabo se conformaron los más en que gobernase yo y esto encargaron al hijo el Virrey. Vino a buscarme a mi barca a proponerme el caso, a lo que le respondí: 

   “Señor, ¿Cómo podré yo conseguir lo que el Capitán General no consiguió con lo más y de mejor condición, y siendo un soldado particular castellano? Es solo querer ponerme por blanco y causa de los tristes fines que está prometiendo las cosas presentes y que sirva de poner con mis desgracias y malos sucesos de este Ejército silencio a los pasados culpa a os míos. 

   No, Señor. Si la pretensión es enmendar lo pasado o conservar lo presente, muchos Capitanes y señores hay en el Ejército de más conocimiento que yo que se pueden encargar de lo que Vuestra Merced me manda” 

   Respondiome que era adelantar mucho el pensamiento, más que si no quería, que le gobernase por dos o tres días en el ínter que se volvían a juntar y nombraban otro. Así lo acepté y al tercero día nombraron a Gonzalo de Barrios, Capitán de un navío y Almirante que había sido de Ruifreire, que sintió, porque en la obediencia no se conformaron con su rigor, a que estaba enseñado, y así le promovieron nombrando al Almirante Pedro Botello. En este tiempo no se intentó cosa hasta que el General estuvo mejor y vino al Ejército, que se estaba curando en su galera.

   Tratose de ocupar otro puesto en tierra firme en frente de la fortaleza, el río en medio, queriendo de allí batirla. 

   Mandáronme que la reconociera; hícelo y no me pareció a propósito. Juntose a consejo y de veinticinco voto me siguieron veintiuno, los demás al Capitán General, que era de parecer que se ocupase y así luego lo encomendó a Gonzalo de Barrios, el cual pidió doscientos hombres y seis piezas de artillería. 

   Francisco de Acosta se opuso, pareciéndole que era aumento de mucha honra la elección de Gonzalo de Barrios, sabiendo que se había de perder en el caso  y que el otro se había de ganar en duda. Dijo al General que aquello era deshacer el Ejército y quedarse sin gente, que el le sustentaría con cien hombres y cuatro piezas de artillería. 

   El General, pareciéndole que era aumento, y no conociendo la segunda intención con que lo decía, la aceptó (¡Oh, defecto de nuestra naturaleza, que nos entristecen más los bienes ajenos que nos alegran los nuestros; Francisco de Acosta, rico y con honra de otras ocasiones, el contento que debiera, solo el conjeturar el buen suceso que su enemigo podía tener en el puesto que le encargaban, quiso más perder lo que tenía seguro, solo porque su adversario no ganase lo que estaba dudoso!)

   Diósele lo que pedía y aun más y yo le seguí con mi arcabuz.Ocupamos el puesto y fortificose de mala manera, correspondiente a lo de la gente. Púsose la artillería, tiráronse algunos tiros y conociose con evidencia que era larga la distancia para batería, sin otros inconvenientes que enseñó la experiencia. 

   A la primera noche nos dieron los negros de tierra firme  un asalto que perecía que se querían llevar las piezas y las malas trincheras con que estábamos cubiertos. Mataron algunos, cien soldados quedaron, de suerte que Francisco de Acosta conoció que si quedábamos allí otra noche lo perderíamos todo y, así, les obligó a retirarse, bien que con la orden del General, habiendo solo un día estado en el puesto y resultando tan diferente de lo que prometió, que quisiera haber trocado todos buenos sucesos porque le sucediera esto a Gonzalo de Barrios. Retirose la gente y la artillería a los navíos.

   Parece que en esta ocasión los más estaban faltos de la consideración que era necesario para lo que les convenía y yo más que todos. Enviome el General con una orden al Capitán Andrés Bello, que era Cabo de unos navíos que estaban surtos junto al castillo de la isla, el cual tenía una batería de cuatro piezas de a ocho y de a doce libras de bala. Y este Capitán, hablando en conversación de la disposición en que estaba esta batería, dijo: “para más claridad, vaya vuestra merced en una chalupa y reconózcola, que así se lo doy por orden” 

   Yo acepté el reconocimiento sin orden del General ni del Andrés Bello por escrito, ni tener el jurisdicción sobre mi, por no ser de su tropa e ir solo a comunicar una orden y con obediencia ciega me embarqué en la chalupa, yendo conmigo un Alférez que se llamaba Carballo y cuatro soldados suyos y seis marineros y contra marca pasamos por delante de ella y al pasar, estando el enemigo atento al reconocimiento, nos apuntó las piezas y las tres nos dieron en la chalupa y la una me pasó por delante del pecho llevándome los cabos de las agujetas que llevo colgando de un coleto y el Alférez, que iba sentado en la popa pegado conmigo hombro con hombro y que yo le cubría, le hizo pedazo los muslos y la mano derecha que llevaba sobre el uno. 

   No vivió más de una hora y esta parece que la dio Dios para confesar a voces un grave delito que había cometido, de matar a una amiga suya que había servido a Gonzalo de Barrios y se la había sacado de su casa y quitádola una cadena de oro que había hurtado a su amo y matándola la metió en un costal y la llevó a un cementerio que estaba fuera de Goa, donde la enterró. Llamose luego a Gonzalo de Barrios para que le perdonase la ofensa, perdonó, más la cadena no quiso y así tomó por su cuenta el hijo del Virrey el pagarla.

   Las otras balas mataron a dos marinos y a uno quebró un muslo, de suerte que fueron los muertos cuatro. Quedé del caso dando muchas gracias a Dios, porque en aquel punto me iba encomendando a la Virgen de Loreto, que está en Madrid, en la plazuela de Antón Martín, de quien soy devoto y llamo en mis trabajos. Túvelo por evidente milagro y así lo entendió todo el Ejército, por ir todos pagados el uno al otro y cubrirle yo todo el cuerpo

   Diciendo después al Andrés Bello cómo había dado orden para que se hiciese aquel reconocimiento, dijo que tenía orden del General y el General respondió que no había tal. Porque se vea con la facilidad en que metieron en peligro tan evidente a diez hombres para que nos hiciesen pedazos, como hicieron pedazos a cuatro, siendo aquel reconocimiento sin necesidad, y cundo lo fuera se podía hacer de tierra firme, porque estaba cerca, sin riesgo ninguno, de ciencia cierta por estar la batería a la legua del agua y descubierta toda.

   Volviendo al caso, juntose luego a consejo sobre lo que había que hacer, eran ya quince de Abril, y el invierno y vientos oestes entraban y no se podían esperar a más o se había de quedar a invernar en la isla y para esto no había bastimento. Y así se acordó de volverse a la India a invernar y que la partida fuese luego, con que todos se alegraron como si se hubiese ganado la plaza.

   Hicímonos a la vela costeando el África hasta el cabo de Guardafuí, que está en la boca del Mar Rojo, en 13º de altura de la parte norte; de allí se tomó el viaje hasta la India, que hay algunas cuatrocientas leguas y llegamos a Goa a treinta de Mayo con mucho peligro, porque ya estaba el invierno y se cerraban los puertos y si se tarda un día más nos perdemos, porque entró de todo punto el invierno.

   El Virrey trató de sanear aquella pérdidas por su partido, haciendo cierto el que había enviado para restaurar aquella plaza lo bastante de soldados, artillería y pertrechos, quien se las podía aportar. Saneado esto, quedábale toda la carga al General, o por omiso en la ejecución o por inadvertido en la elección de lo que importaba. Era Don Francisco de Moras muy buen caballero, cortés y bien hablado, amigo de hacer todo bien, fácil en la persuasión, muy palatino y cortesano; había gobernado a Cabo Verde. 

   No obstante experiencia para tales empresas, diga cada uno lo que quisiere, que el arte militar compuesto de varios accidentes y el gobernar y sujetar con tanta opresión tanta cantidad de gente de tan varios naturales en una campaña o sitio en oposición de otros tantos de tanta importancia como valen las vidas y honras de tantos soldados y de su Rey, no se aprende en una sala cerrada de libros ni en la urbanidad de la Corte; más apréndese en una campaña y otra y en un sitio y otro sitio, con un trabajo y otro, arriesgando una y cien veces la vida, ya con el trabajo personal ya con el riesgo de perderla, teniendo una sagacidad profunda, un natural claro, una privación de toda pasión, un conocimiento de las causas, del menester que trae entre las manos, una providencia dilatada que mediante el discurso en lo pasado con larga experiencia en varios casos, que es lo que más aprensión hace junto con lo presente, sea próximo a la certeza del efecto que puede estorbar para acudir al remedio del, porque aun compuesto de estas partes y de otras muchas más que son necesarias, aun le es dudoso el acierto, por tener en esta materia de la guerra la mayor parte la fortuna.

   Confieso que le siguió a Don Francisco, más también confieso que el sabio la suele limitar. La ambición de honra y de fama  le lleva a esta jornada, persuadido del valor de la nación portuguesa, que en esta parte se promete más de lo lícito y que sus fuerzas pueden alcanzar, no considerando que es mucho mejor no perder la honra que ganarla y que se atrasa la opinión quedando por falsa, que es el mayor mal que en los hombres puede haber.

   Saneado su partido, el Virrey quiso que Don Francisco sanease el suyo o diese causas de los malos efectos de aquella jornada y para que tuviese más autoridad lo remitió a la Audiencia que allí hay de Oidores. Tría granjeados de allá enemigos y estos eran los más amigos que había tenido, consultando sus cosas con ellos, debiendo consultar primero si lo eran, si considerara como debía el que le podían ser enemigos , no llegaran a ser ellos los menos cargados. En fin, el se procuraba descargar con ellos, porque todos eran Capitanes y personas de puesto y ellos con el y los unos y los otros metiera por testigo. 

   El Virrey deseaba el que Don Francisco de Mora tuviese buena salida y tomó por mejor modo el que yo fuese el encargado, en virtud de un regimiento que el General llevaba, el que siempre tuviese atención a mi parecer. Y confesando yo que el haber dicho que algunos pareceres que había dado habían sido en contrario, como el decir que el puesto del baluarte de los turcos, que era el que ocupó Francisco de Sosa, era bueno para batería, venía a descargarse el General conmigo, y que luego que podía absolver.

   El Virrey me mandó llamar y con mucha blandura me dijo: “Toral, poco importa que digais que en Bombaca dijisteis que el puesto del baluarte de los turcos era bueno” Y como sea impropio en hombre altivo y áspero la blandura y como conmigo nunca la tuviese, luego sospeché que no era para hacerme ningún bien y así le respondí: 

   “Señor, si delante de veinte hombres y del Señor Fernando dije lo contrario y así lo juran todos ante el Oidor general, ¿porqué quiere Vuestra Señoría que habiendo acertado yerre y diga en contrario de tanta gente como estaba delante desdiciéndome a mi mismo?” 

   “Bien se puede hacer, que algunos habrá que digan lo mismo que vos”, me dijo. Respondile: 

   “Señor, los que lo dijeron no dirán en rigor bien y en el complacer a nadie conmigo mismo, primero soy y mi honra que Don Francisco de Mora” A esta razón, algo torcido el rostro, me dijo: “Andad con Dios”. Y otro día siguiente me tomaron juramento. Juré la verdad sin atención particular ninguna, de que se escandalizó más y sin saber porqué dentro de tres días me mandó prender y estuve en la cárcel sesenta días sin poder saber la causa no hacerme cargo ninguno, por más memoriales que le envié.

   Ofreciose ocasión en que era necesaria mi persona y mandó a un Alguacil a que me sacase de la cárcel y me llevase a un navío de la Armada que estaba de partida para las fortalezas que están a la parte del Norte. Iba por General de esta Armada Don Rodrigo Dacosta, un caballero muy conocido que fue herido en Bombaca. Este me llevó a su navío y fuimos  con el armada a reconocer unos islotes, que era para lo que me habían sacado de la cárcel. En el ínter que estuve en ella dispuse de mis cosas.

   En este viaje, en el paraje de Damón, topó la Armada con dos navíos holandeses que venían de Curate. Quiso el General embestir con ellos, dispararon su artillería y estando el General en la popa disponiendo las cosas y animando a sus soldados le llevó una bala la cabeza de los hombros. Como faltó se cubrió la popa de luto y la gente dejó su intento y la Armada volvió a Goa.

   Supe la poca o ninguna merced que el Virrey me hacía y que me quería volver a prender, porque decían que yo había pedido licencia para venirme a España y que sería posible me viniese y diese cuenta de algunas cosas y que esto debía prevenir. Conocí que la prevención me había de ser muy costosa y así justifiqué mis servicios y traté de venirme por tierra, porque por las naos era dificultoso.

CONTINÚA

Soldado Español
Málaga - 2018

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